Información, conocimiento y
sabiduría
Un hombre llamado Funes tiene la
virtud de recordar absolutamente todo lo que ha vivido. Su memoria, más que
extraordinaria, podría calificarse de sobrenatural: tan prodigiosa resulta que
para rememorar todo lo que le ha sucedido en un día entero necesita exactamente
un día entero. A la perfecta evocación de las sensaciones visuales o auditivas
(las más sencillas) se unen otras increíbles, como las más pequeñas
percepciones táctiles, olfativas o gustativas…
Borges, escritor sofista y
sofisticado, imagina una historia que, antes de apelar a los sentimientos,
disecciona los mecanismos de la inteligencia humana. Más que realizar un
estudio de las pasiones, muestra las paradojas de nuestras facultades
intelectuales. Su protagonista se muestra incapaz de reflexionar, impedido por
la marea de datos que se alojan en su cerebro.
La información es a veces
apariencia de conocimiento y, tal vez, de sabiduría, pero no tendría que
identificarse con ellos dos. Aun así, parece que una rigurosa y vasta
información es la base necesaria para avanzar en el conocimiento. Por último,
la sabiduría, “grado más alto del conocimiento”, supera el mero conocimiento de
las cosas, ceñido a la reflexión comprensiva sobre la información, y permite
relacionarse intelectualmente con otras áreas o bien, habilita para una recta
aplicación práctica del conocimiento.
Nuevas actitudes surgen en este
mundo globalizado, donde la información es ya patrimonio universal. Sin
embargo, parece terriblemente obvio que la emisión de innumerables datos sobre
realidades alejadas del individuo y su circunstancia cotidiana, no siempre
acarrea un mejor conocimiento del mundo… En una sociedad en donde el ocio se
valora tanto que los medios se disponen para obtener un mayor rendimiento del
placer a base del menor esfuerzo, las páginas llenas de pornografía, violencia
o simples estupideces, colman la red y se prestan a abrirse frente al lector
desprevenido en cualquier momento. La red, como la memoria de Funes, no conoce
jerarquías, ni analiza prioridades. Como en un laberinto borgiano, el navegante
la cruza deteniéndose fascinado ante sus múltiples y vistosas imágenes. He aquí
la tentación diaria de descansar en medio del camino en busca de la información
que perseguíamos…
Edipo es el príncipe de Tebas, un
hombre inteligente y justo, celoso vigilante del bienestar de sus súbditos. Un
día se declara la peste en la ciudad y un oráculo dictamina que, cuando haya
desaparecido el autor de cierto crimen horrible, cesará la epidemia…
Edipo se caracteriza por
perseguir siempre la verdad sobre su sociedad y, a la larga, alcanza la
revelación sobre quién es él. Tratando de conocer el exterior (el culpable de
la peste), Edipo se ha conocido a sí mismo... A partir de aquí puede alcanzar
la verdadera sabiduría…
El conocimiento y sus
características
A la conciencia espontánea se
manifiesta el conocimiento como una cierta captación o aprehensión de la cosa
conocida, llevada a cabo por el sujeto cognoscente. Conocido y cognoscente
tienen que entrar en relación para que haya conocimiento; pero esta relación no
es un mero contacto, sino una representación o reproducción que el cognoscente
lleva a cabo y que versa sobre lo conocido, de modo que lo capte o aprehenda.
El conocimiento no es, en efecto, un mero contacto, ni pura acción y reacción
entre cosas, porque entonces todas las cosas serían cognoscentes, lo que
contradice la experiencia ordinaria.
El momento ontológico del
conocimiento… consiste propiamente en la recepción, por parte del sujeto
cognoscente… de una especie o semejanza de esta misma cosa conocida.
El momento gnoseológico del
conocimiento es precisamente el acto u operación cognoscitiva. La filosofía
clásica caracteriza ese acto como una acción inmanente, es decir, no transitiva
ni productiva de un efecto, pues de suyo no se ordena más que a captar la cosa
conocida, a reproducirla o representarla interiormente…
Grados del conocimiento
En el nivel de la sensibilidad
nos encontramos con el grado inferior del conocimiento. Porque el conocimiento
es una perfección análoga que se realiza según grados… las facultades del
conocimiento sensitivo están arraigadas en algún órgano corporal; y las
condiciones de la materia que aquí se mencionan se reducen a la especialidad y
a la temporalidad, o, para ser más exactos, a la cantidad y al movimiento. Esto quiere decir que, a
diferencia del conocimiento intelectual, el sensitivo tiene por objeto
realidades singulares y sujetas a mutación. Por el conocimiento sensitivo, en
efecto, podemos discernir entre cosas que, siendo enteramente iguales, sin
embargo, la una no es la otra… También por el conocimiento sensitivo tenemos la
experiencia del cambio, ya en la realidad exterior, ya en nosotros mismos, que
no tendríamos en el puro conocimiento intelectual; y aquí también es necesaria
la retención de las susodichas condiciones de la corporeidad: el espacio y el
tiempo.
En el caso del hombre, el
conocimiento intelectual manifiesta una clara dependencia del sensitivo; pero,
al mismo tiempo, supera a éste con mucho. Depende del conocimiento sensitivo en
el hecho de que tiene que tomar de éste sus primeros datos, y en que el objeto
propio o proporcionado de nuestro entendimiento son precisamente las esencias
abstraídas de las mismas cosas sensibles; todo lo demás que nuestro
entendimiento conoce, lo conoce a partir de esas esencias y a través de ellas.
Pero el conocimiento intelectual humano supera al sensitivo, pues además de
prescindir siempre de las condiciones de la materia (y por eso el objeto del
entendimiento es siempre universal y necesario), no se limita a la aprehensión
de las esencias de las cosas corpóreas, sino que puede acceder hasta las
incorpóreas. Hay, en efecto, por parte del hombre, un conocimiento de objetos
totalmente inmateriales, ya con inmaterialidad precisiva o simplemente
negativa, ya también con inmaterialidad positiva, aunque siempre se trate, en
este último caso, de un conocimiento indirecto y analógico.
Niveles del conocimiento
Los conocimientos común y
científico se distinguen en cuanto que el primero es espontáneo y directo,
mientras que el segundo es un conocimiento explícita y deliberadamente
elaborado por medio de una preparación reflexiva del entendimiento. Ambos
coinciden, salvo excepciones, en tener inicialmente como punto de partida un
contenido presente en la sensibilidad. El conocimiento científico y el
filosófico coinciden en cuanto que ambos se dan en el seno de una disposición
especulativa, elaborada, de la actividad cognoscitiva, pero difieren en cuanto
que los datos iniciales del conocimiento científico han de estar presentes en
los sentidos, mientras que existen objetos importantes del conocimiento
filosófico que trascienden completamente el dominio propio de los sentidos y
son considerados como realidades suprasensibles, totalmente exteriores al
ámbito de la experiencia sensible.
Naturaleza de la ciencia
La palabra ciencia se usa
actualmente como mínimo con dos significados y toda la cuestión de la
educación científica se encuentra oscurecida por la costumbre actual de saltar
de un significado al otro.
Se asume generalmente que
ciencia significa o (a) las ciencias exactas, como la química, la física, etc.,
o (b) un método de pensar que obtiene resultados verificables razonando
lógicamente a partir de los hechos observados.
Si usted le pregunta a
cualquier científico, o incluso a casi toda persona culta «¿Qué es la
ciencia?», recibirá probablemente una respuesta que se aproxima a (b). Sin
embargo, en la vida cotidiana, tanto al hablar como al escribir, cuando la
gente dice «ciencia» quiere dar a entender (a).
Ciencia y Dios: Testimonios de científicos
A. EINSTEIN: «A todo investigador profundo de la naturaleza
no puede menos de sobrecogerle una especie de sentimiento religioso, porque le
es imposible concebir que haya sido él el primero en haber visto las relaciones
delicadísimas que contempla. A través del universo incomprensible se manifiesta
una Inteligencia superior infinita».
Ch. DARWIN: «Jamás he negado la existencia de Dios. Pienso
que la teoría de la evolución es totalmente compatible con la fe en Dios. El
argumento máximo de la existencia de Dios, me parece, la imposibilidad de
demostrar y comprender que el universo inmenso, sublime sobre toda medida, y el
hombre, hayan sido frutos del azar».
El conocimiento filosófíco
La definición de la Filosofía es
el primer tema, y, a su vez, el problema primero, del saber filosófico. Tema,
porque es propio y exclusivo de la Filosofía definirse a sí misma; dado su
carácter de último, el saber filosófico no puede esperar a que su concepto
venga dado por ninguna otra ciencia. Hasta tal punto se da la necesidad de que
sea la Filosofía la que se defina a sí misma que en este aspecto estriba una
diferencia entre ella y cualquier otro género de saber; con razón ha subrayado
Pieper, en la primera página de Was heisst philosophie? (o. c. en bibl.) que
cuando el físico se pregunta, p. ej., por la esencia de su ciencia, en ese
momento deja de hacer Física, cosa que no acontece al filósofo cuando se
pregunta por la Filosofía…
He subrayado la doble modalidad
-nominal y real de toda definición, y en concreto de la Filosofía. La
definición nominal, que atiende al nombre puede llevarse a cabo por dos
caminos: el etimológico y el sinonímico. El primero consiste en un análisis de
la palabra; el segundo en mostrar las relaciones de la misma con otros vocablos
afines. Estas dos perspectivas componen la temática de la definición nominal
que con el problema de la definición real, que apunta a la cosa misma,
constituyen la cuestión sobre el concepto o esencia -quaestio quid sit- de la
Filosofía…
División de la Filosofía
Un célebre pasaje de Tomás de
Aquino en sus comentarios a la ética aristotélica da la clave para establecer
la división de la Filosofía, que junto con la definición establecida
constituyen los dos momentos de la determinación esencial de la misma. Siendo
propio del sabio el ordenar, el filósofo tiene por misión conocer el orden que,
según Tomás de Aquino, se ofrece a la razón en una cuádruple linealidad; la
existencia de ese cuádruple orden es la que hace posible la división de la
Filosofía…
Ciencia y filosofía
La relación entre la ciencia y la
filosofía es hoy difícil. En cualquier caso, el filósofo no puede quedarse
tranquilo dejando a los físicos el estudio de los fenómenos, y recabando para
sí el meollo de la realidad. No; esa no es una buena solución, sino una
situación de retirada: como meterse dentro de un bunker. Hay un argumento
contra esta postura: un refugio siempre está amenazado. En efecto, teóricos de
la ciencia sostienen que esos territorios reservados para sí mismos por los
filósofos poco a poco serán invadidos por la ciencia, y que el filósofo se
quedará al final sin nada de qué ocuparse.
En definitiva, tengo que decir
que esa solución me parece tímida y, por tanto, impropia de la filosofía.
Realmente no se puede decir que haya un divorcio completo entre la ciencia y la
filosofía, pues de los asuntos más profundos y básicos sólo puede hablarse
dejando al margen lo que no es tan profundo, precisamente porque hacemos
filosofía y no sophía. El camino de
acercamiento a la verdad, a lo primordial, no se abriría si no se encontrara
acceso a él desde lo que es más somero. La filosofía no sería nada si sólo
fuese una ciencia de noumenos y no
considerase también los fenómenos. Dejar los fenómenos para la ciencia
positiva, en una situación de dualidad con la filosofía, es, en rigor,
consentir en matar la filosofía…
El filósofo es un insatisfecho
Un filósofo es un insatisfecho,
una persona que no se conforma fácilmente, sino que va detrás de lo más radical
y más grande. La actitud según la cual las apariencias son para los físicos, y
lo profundo para los filósofos, invita a que el filósofo se quede tranquilo, al
menos por un tiempo. Pero en el mismo momento en que un filósofo se queda
tranquilo, deja de ser filósofo: se convierte en un pensador rutinario que se
conforma con fórmulas consagradas y se margina del progreso. La ciencia va
hacia adelante, averigua cada vez más, aunque se trate de aspectos accesorios.
Si la filosofía no los tomara en cuenta, quedaría congelada. Y entonces, el
filósofo, el hombre abierto a lo inagotable, que aspira a un entender
creciente, se refugiaría en lo profundo como en un sótano y dejaría el
incremento del saber al científico. Pero, insisto, con eso se mata la
filosofía.
La filosofía empieza cuando unos
hombres se entienden como no enteramente sabios, sino como quienes buscan la
verdad y la van alcanzando. La sabiduría humana no tiene un balance definitivo
en este mundo. Más adelante, la filosofía se entiende a sí misma como superior
a un saber aparente, al saber sofístico que pretende una contradictoria
suficiencia, limitándose a lo aparente. Los filósofos socráticos consiguieron
una gran victoria frente a este tipo de saber, porque un saber que no es verdad
no es ningún tipo de saber. La crítica a la sofística no es difícil, aunque a
veces es demasiado sumaria; la sofística tiene algo que decir sobre
comportamientos humanos constatables.
La filosofía es aquel saber que
exige tensar las energías del hombre hacia lo más alto. Si no fuera eso,
convendría borrarse de ella. Para introducirse en la filosofía lo primero es
guardarse de actitudes no filosóficas. Filósofo es el que busca la verdad, el
que ama la verdad; el que sabe, pero puede saber más. No es filósofo el que se
queda atrás, el que no saca impulso de lo inconmovible, y reparte papeles
renunciando a participar en el tenso esfuerzo del científico. Tampoco lo es el
que se regocija ante los fracasos de la ciencia. La ciencia no tiene hoy tanta
confianza en sí misma como hace cien años, pero eso ha de ser también objeto de
la meditación del filósofo, y no el motivo de regocijo de quien sólo encuentra
una barca para salvarse si otros se hunden; no, porque el científico también
trata de la realidad…
Leonardo Polo, Introducción a la
filosofía
Trayectoria intelectual de Leonardo Polo
Sentido y finalidad de la
filosofía
La más frecuente y divulgada
objeción a la filosofía es la que insiste -desde el positivismo, sobre todo- en
que se trata de una actividad perfectamente “inútil”, sin valor, por tanto,
para el hombre práctico. Esta objeción afecta especialmente a la parte más
noble de la filosofía, la metafísica; pues respecto de otras, como, por
ejemplo, la psicología y la ética, se advierten inmediatas conexiones con lo
que, en un sentido muy estricto y pragmático, se conviene en llamar “la
realidad”…
Filosofía, fe y teología
Por su más alta significación, la
filosofía limita con la fe y la teología; en sus aspectos menos trascendentes,
con las llamadas ciencias particulares y lo que suele denominarse, en un
especial sentido, "concepción del universo”.
Son muy frecuentes las
confusiones en torno a la cuestión de la filosofía y la fe. Por ello mismo es
necesario, ante todo, precisar el sentido del problema; y, por de pronto,
justificar y definir su planteamiento. Para ello es menester que comencemos por
una idea de la fe, que no haga superflua su comparación con la filosofía. Si la
fe consistiera en algo meramente relativo a nuestra actividad sentimental, no
habría por qué contraponerla o enfrentarla a la totalidad de la filosofía; bastaría
estudiarla, dentro de ésta, como uno de los puntos de la psicología afectiva.
Pero es el caso que la fe, aunque produzca o determine sentimientos, no es
formalmente un sentimiento más. La fe concierne, de una manera propia e
inmediata, al entendimiento humano. Creer y no creer son actos que sólo la
facultad intelectiva puede realizar.
Pero esto no significa que el
entendimiento verifique el acto de creer sin necesidad de ninguna ayuda y
condición. “Creer –dice Santo Tomás- es el acto del entendimiento que asiente a
la verdad divina imperado por la voluntad, a la que Dios mueve mediante la
gracia". Es el entendimiento, no la voluntad, lo que tiene la facultad de
asentir o de disentir ante cualquier proposición. Pero en el caso de la verdad
divina, que se propone como objeto de creencia en tanto que no es evidente, el
entendimiento no puede asentir de una manera espontánea, pues de esta manera
sólo lo que es evidente despierta o produce nuestro asentimiento. El hecho, sin
embargo, de que una proposición no sea evidente no significa que sea evidente
su falsedad. No son iguales estos dos conceptos: "no, ser evidente
que" y "ser evidente que no". Para que algo se nos proponga a
título de creencia es preciso que no sea evidente, ni como verdadero ni como
falso. De ahí que el asentimiento a las verdades de fe suponga una moción o
impulso de la voluntad sobre la facultad intelectiva. El creer es un acto del
entendimiento; pero el "querer creer" concierne a la voluntad. (Y
puesto que el objeto de esta fe trasciende de lo puramente natural, es preciso
que la voluntad sea movida por Dios; lo cual ocurre, precisamente, mediante la
gracia)…
Antonio Millán Puelles,
Fundamentos de la filosofía
La figura intelectual de Antonio
Millán Puelles
Actividades
1. Lea del libro de Leonardo
Polo, Introducción a la Filosofía, la
primera parte: La filosofía hasta Aristóteles (4 capítulos).
2. Lea del libro de Antonio
Millán Puelles, Fundamentos de filosofía,
el capítulo I: El concepto de la Filosofía, y el capítulo II: El ámbito del
saber filosófico.
3. Seleccione dos frases de los científicos sobre la filosofía y coméntelas.
4. Valore el vídeo Un mundo sin filosofía: http://www.youtube.com/watch?v=IGf75GEyZVM
3. Seleccione dos frases de los científicos sobre la filosofía y coméntelas.
4. Valore el vídeo Un mundo sin filosofía: http://www.youtube.com/watch?v=IGf75GEyZVM
Para pensar
Un cristiano que se cierra en sí
mismo, que esconde todo lo que el Señor le ha dado, es un cristiano... ¡no es
cristiano! ¡Es un cristiano que no agradece a Dios por todo lo que le ha dado!...
Y especialmente en este tiempo de crisis, en la actualidad, es importante no
cerrarse sobre sí mismo, enterrando el propio talento, las propias riquezas
espirituales, intelectuales, materiales, todo lo que el Señor nos ha dado, sino
abrirse, ser solidarios, estar atento con el otro… A ustedes, que están en el
comienzo del viaje de la vida, pregunto: ¿Han pensado en los talentos que Dios
les ha dado? ¿Han pensado en cómo los pueden poner al servicio de los demás?
¡No entierren los talentos! Apuesten por grandes ideales, aquellos ideales que
agrandan el corazón, aquellos ideales de servicio que harán fecundos sus
talentos… (Papa Francisco)