martes, 29 de octubre de 2013

Origen de la vida y aborto


Al cortar su cordón umbilical, los lazos que permanecen son los emotivos, esos que el aborto no puede cortar. Si matar hace a la humanidad peor, disfrazar este acto de bondad es perverso.



Gianna Beretta Molla: Ama de casa, entre la vida y la muerte
Al tercer mes del cuarto embarazo, un fibroma en el útero amenaza la vida de su hijo. Como médico, Gianna sabe muy bien de qué se trata: deberá internarse en el hospital y someterse a una seria operación quirúrgica para extraerle el tumor. Como solución rápida y segura del problema los médicos aconsejan el aborto, pero Gianna insiste: — No lo permitiré jamás. No se preocupe por mí, basta que vaya bien el niño...




«Aborté porque me sentí acorralada como un animal»
Hace tres años tenía la edad de 23, estaba viviendo como cualquier joven de esta edad las experiencias que esta sociedad prometen ser las mejores. Sin una mentalidad aún formada porque a diario recibimos tanta información de diversas cosas, que no llegas a distinguir lo que deseas realmente de tu vida y de tu persona, no te dan tiempo a pensar, únicamente te dedicas a vivir manejada como marioneta por la mano del hombre que forman las sociedades.
Pues bien, al no tener esta formación y vivir superficialmente, me quedé embarazada. Mi mundo, el que ya no existía desde hace unos años, desde que exactamente creí poder ser independiente del seno familiar porque así me lo hacia entender todo lo que me rodeaba, pues ese mundo de ficción se me hundió, me sentí acorralada como cualquier animal que se siente acechado por otro ser mucho más fuerte el cual puede aplastarte...


El aborto en los casos de abuso sexual


Mi hija Marta nació con tan sólo 6 meses de gestación


El comienzo de la vida humana

En toda la discusión ética sobre el aborto hay una interrogante fundamental. Frecuentemente esa pregunta viene formulada así: ¿Cuándo comienza la vida humana?...

La fecundación

La opinión oficial de la Iglesia católica afirma que el derecho a la vida del nuevo ser arranca desde el momento de la fecundación, es decir, desde el momento en que se constituye la realidad biológica del zigoto o célula-huevo, resultante de la fusión del óvulo y del espermatozoide. Es importante subrayar que el proceso de fecundación no es un hecho puntual e instantáneo, sino que la singamia o unión del complemento cromosómico de las células germinales masculina y femenina dura varias horas. Esta postura es compartida igualmente por otras personas, aunque no estén incluidas dentro del campo católico.

De acuerdo con esta posición, la fecundación constituye un salto cualitativo en relación con las células germinales precedentes antes de su fusión. El zigoto resultante tiene una relevancia equiparable a la del recién nacido por las siguientes razones:

- Es una realidad biológica humana: aunque su apariencia externa sea equiparable al zigoto de otras especies animales, sin embargo, atendiendo a sus factores genéticos -a los aproximadamente 50-100.000 genes característicos de nuestra especie- hay que decir que la información genética existente en la célula-huevo es humana y solamente humana.

- En la información genética existente en el zigoto se «prefigura» el individuo humano que se va a desarrollar a partir de aquél. Indiscutiblemente, los factores que actúan durante el desarrollo embrionario van a jugar un papel muy importante en el troquelado del nuevo ser. Sin embargo hay que decir que cada ser humano -excepto en el caso de los gemelos monozigóticos- es un ser único e irrepetible en la historia de la humanidad y que su singularidad e irrepetibilidad está ya presente en ese zigoto del que tomó origen su ulterior desarrollo…

- En el debate sobre el aborto se ha afirmado con frecuencia que el embrión o el feto son una parte del cuerpo de la madre, de la que ésta, por tanto, puede disponer como de un apéndice. Esta afirmación es, biológicamente y con toda claridad, falsa. El nuevo ser no es una parte del organismo materno, sino una realidad biológicamente distinta -y que sin embargo, sorprendentemente, no es rechazada como un «cuerpo extraño»-, que muy desde el principio comienza a dirigir su propio proceso de desarrollo, sintetizando sus propias proteínas y enzimas, que son distintas de las de su madre. El nuevo ser es, durante el desarrollo embrionario, sumamente dependiente del organismo materno, pero es, al mismo tiempo, autónomo, ya que es él mismo el que dirige su propio proceso de desarrollo. Utilizando una comparación, puede decirse que el nuevo ser es «arquitecto» de sí mismo en un doble sentido…






El cerebro de la mujer embarazada

El proceso biológico natural del embarazo reduce el estrés en la mujer, al desactivar la hormona cortisol, y aumenta la confianza, al liberar oxitocina. Esta transformación se suma a otros cambios hormonales del cerebro de la mujer a partir del día 15 cuando, implantado en el útero, el embrión se comunica con los tejidos de la madre.



El embarazo cambia el cerebro de la mujer





« Mi embrión tus ojos lo veían » (Sal 139 138, 16)

La gravedad moral del aborto procurado se manifiesta en toda su verdad si se reconoce que se trata de un homicidio y, en particular, si se consideran las circunstancias específicas que lo cualifican. Quien se elimina es un ser humano que comienza a vivir, es decir, lo más inocente en absoluto que se pueda imaginar: ¡jamás podrá ser considerado un agresor, y menos aún un agresor injusto! Es débil, inerme, hasta el punto de estar privado incluso de aquella mínima forma de defensa que constituye la fuerza implorante de los gemidos y del llanto del recién nacido. Se halla totalmente confiado a la protección y al cuidado de la mujer que lo lleva en su seno. Sin embargo, a veces, es precisamente ella, la madre, quien decide y pide su eliminación, e incluso la procura. (Juan Pablo II, Evangelium vitae, 58)

Algunos intentan justificar el aborto sosteniendo que el fruto de la concepción, al menos hasta un cierto número de días, no puede ser todavía considerado una vida humana personal. En realidad, « desde el momento en que el óvulo es fecundado, se inaugura una nueva vida que no es la del padre ni la de la madre, sino la de un nuevo ser humano que se desarrolla por sí mismo. Jamás llegará a ser humano si no lo ha sido desde entonces. A esta evidencia de siempre... la genética moderna otorga una preciosa confirmación. Muestra que desde el primer instante se encuentra fijado el programa de lo que será ese viviente: una persona, un individuo con sus características ya bien determinadas. Con la fecundación inicia la aventura de una vida humana, cuyas principales capacidades requieren un tiempo para desarrollarse y poder actuar ». Aunque la presencia de un alma espiritual no puede deducirse de la observación de ningún dato experimental, las mismas conclusiones de la ciencia sobre el embrión humano ofrecen « una indicación preciosa para discernir racionalmente una presencia personal desde este primer surgir de la vida humana: ¿cómo un individuo humano podría no ser persona humana? ». (Juan Pablo II, Evangelium vitae, 60)

La disciplina canónica de la Iglesia, desde los primeros siglos, ha castigado con sanciones penales a quienes se manchaban con la culpa del aborto y esta praxis, con penas más o menos graves, ha sido ratificada en los diversos períodos históricos. El Código de Derecho Canónico de 1917 establecía para el aborto la pena de excomunión. También la nueva legislación canónica se sitúa en esta dirección cuando sanciona que « quien procura el aborto, si éste se produce, incurre en excomunión latae sententiae », es decir, automática. La excomunión afecta a todos los que cometen este delito conociendo la pena, incluidos también aquellos cómplices sin cuya cooperación el delito no se hubiera producido: con esta reiterada sanción, la Iglesia señala este delito como uno de los más graves y peligrosos, alentando así a quien lo comete a buscar solícitamente el camino de la conversión. En efecto, en la Iglesia la pena de excomunión tiene como fin hacer plenamente conscientes de la gravedad de un cierto pecado y favorecer, por tanto, una adecuada conversión y penitencia.

… declaro que el aborto directo, es decir, querido como fin o como medio, es siempre un desorden moral grave, en cuanto eliminación deliberada de un ser humano inocente. Esta doctrina se fundamenta en la ley natural y en la Palabra de Dios escrita; es transmitida por la Tradición de la Iglesia y enseñada por el Magisterio ordinario y universal.

Ninguna circunstancia, ninguna finalidad, ninguna ley del mundo podrá jamás hacer lícito un acto que es intrínsecamente ilícito, por ser contrario a la Ley de Dios, escrita en el corazón de cada hombre, reconocible por la misma razón, y proclamada por la Iglesia. (Juan Pablo II, Evangelium vitae, 62)


Gente a favor de la vida y en contra del aborto



Chespirito

J. Nicholson

Para nuestra reflexión

1. Escriba argumentos a favor del aborto.
2. Escriba argumentos en contra del aborto.
3. ¿Qué tipo de ayuda necesitan las jóvenes que piensan en abortar a sus hijos? Explique.
4. ¿Por qué es importante el debate sobre el comienzo de la vida humana? Explique.
5. ¿Cuál es el cambio más beneficioso en el cerebro de la mujer embarazada? Explique.
6. Comente las intervenciones de sus compañeros.


lunes, 14 de octubre de 2013

La precariedad de la razón natural y el don de la fe

La razón natural orientada a la búsqueda de la verdad sufre muchas vicisitudes antes de lograr su cometido, y, aun así, en muchas ocasiones sólo logra aproximaciones; la historia de la ciencia y la historia de la filosofía, por ejemplo, dan testimonio de todo esto.

La fe, comparada comúnmente con la luz, llega a auxiliarnos en nuestra búsqueda constante de la verdad. La fe, en cuanto contenido, es verdad y goza de la autoridad divina como garante. La fe, en cuanto acto personal, de aceptación o rechazo, goza de una fuerte carga subjetiva.







Ideas y creencias

Esas ideas que son, de verdad, "creencias" constituyen el continente de nuestra vida y, por ello, no tienen el carácter de contenidos particulares dentro de ésta. Cabe decir que no son ideas que tenemos, sino ideas que somos. Más aún: precisamente porque son creencias radicalísimas se confunden para nosotros con la realidad misma —son nuestro mundo y nuestro ser—, pierden, por tanto, el carácter de ideas, de pensamientos nuestros que podían muy bien no habérsenos ocurrido.

http://cibernous.com/autores/ogasset/textos/ic.html

La voz del magisterio de la Iglesia

La fe y la razón (Fides et ratio) son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad.

http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/encyclicals/documents/hf_jp-ii_enc_14091998_fides-et-ratio_sp.html


La luz del amor, propia de la fe, puede iluminar los interrogantes de nuestro tiempo en cuanto a la verdad. A menudo la verdad queda hoy reducida a la autenticidad subjetiva del individuo, válida sólo para la vida de cada uno. Una verdad común nos da miedo, porque la identificamos con la imposición intransigente de los totalitarismos.

http://www.vatican.va/holy_father/francesco/encyclicals/documents/papa-francesco_20130629_enciclica-lumen-fidei_sp.html


Razón y fe o “el payaso de la aldea en llamas”
Quien intente hoy día hablar del problema de la fe cristiana a los hombres que ni por vocación ni por convicción se hallan dentro de la temática eclesial, notará al punto la ardua dificultad de tal empresa. Probablemente tendrá en seguida la impresión de que su situación ha sido descrita con bastante acierto en la conocida narración parabólica de Kierkegaard sobre el payaso de la aldea en llamas, narración que Harvey Cox ha resumido brevemente en su libro La ciudad secular. El relato cuenta cómo un circo de Dinamarca fue presa de las llamas. El director del circo envió a un payaso, que ya estaba preparado para actuar, a la aldea vecina para pedir auxilio, ya que existía el peligro de que las llamas se extendiesen incluso hasta la aldea, arrastrando a su paso los campos secos y toda la cosecha. El payaso corrió a la aldea y pidió a sus habitantes que fuesen con la mayor urgencia al circo para extinguir el fuego. Pero los aldeanos creyeron que se trataba solamente de un excelente truco ideado para que en gran número asistiesen a la función; aplaudieron y hasta lloraron de risa. Pero al payaso le daban más ganas de llorar que de reír. En vano trataba de persuadirlos y de explicarles que no se trataba ni de un truco ni de una broma, que la cosa había que tomarla en serio y que el circo estaba ardiendo realmente. Sus súplicas no hicieron sino aumentar las carcajadas; creían los aldeanos que había desempeñado su papel de maravilla, hasta que por fin las llamas llegaron a la aldea. La ayuda llegó demasiado tarde, y tanto el circo como la aldea fueron consumidos por las llamas.
Con esta narración ilustra Cox la situación de los teólogos modernos, y ve en el payaso, que no puede conseguir que los hombres escuchen su mensaje, una imagen del teólogo a quien no se le toma en serio si viste los atuendos de un payaso de la edad media o de cualquier otra época pasada. Ya puede decir lo que quiera, lleva siempre la etiqueta del papel que desempeña. Y, aunque se esfuerce por presentarse con toda seriedad, se sabe de antemano lo que es: un payaso. Se conoce lo que dice y se sabe también que sus ideas no tienen nada que ver con la realidad. Se le puede escuchar confiado, sin temor al peligro de tener que preocuparse seriamente por algo. Sin duda alguna, en esta imagen puede contemplarse la situación en que se encuentra el pensamiento teológico actual: en la agobiante imposibilidad de romper las formas fijas del pensamiento y del lenguaje, y en la de hacer ver que la teología es algo sumamente serio en la vida de los hombres.
Pero quizá debamos sondear las conciencias de modo más radical. Quizá la irritante imagen que hemos pintado, aun conteniendo parte de verdad y cosas que han de tenerse muy en cuenta, simplifique las cosas, ya que da la impresión de que el payaso, es decir, el teólogo que todo lo sabe, llega a nosotros con un mensaje bien definido. Los aldeanos a los que se dirige, es decir, los que no creen, serían, por el contrario, los que no saben nada, los que deben ser instruidos en todo. En ese caso, el payaso tendría solamente que quitarse sus vestiduras y lavarse para que todo se arreglase. Pero ¿puede resolverse el problema tan fácilmente? ¿Basta que realicemos el aggiornamento, que nos lavemos y que, vestidos de paisano, presentemos en lenguaje profano un cristianismo arreligioso para que todo se arregle? ¿Es suficiente mudar espiritualmente los vestidos para que los hombres vengan a ayudarnos a extinguir el fuego que, según predica el teólogo, existe y constituye un peligro para nosotros?

Introducción al cristianismo

La dicha de Hans


http://desdecapellania.blogspot.com/2011/09/la-dicha-de-hans-hans-con-suerte.html?spref=bl


Cruzando el Umbral de la Esperanza 



¿Hay de verdad un Dios en el cielo?

Su pregunta se refiere, a fin de cuentas, a la distinción pascaliana entre el Absoluto, es decir, el Dios de los filósofos (los libertins racionalistas), y el Dios de Jesucristo y, antes, el Dios de los patriarcas, desde Abraham a Moisés. Solamente este segundo es el Dios vivo. El primero es fruto del pensamiento humano, de la especulación humana, que, sin embargo, está en condiciones de poder decir algo válido sobre Él…

Santo Tomás, en cambio, no abandona la vía de los filósofos. Inicia la Summa Theologiae con la pregunta: An Deus sit?, («¿Dios existe?», cfr. I, q. 2, a. 3). La misma pregunta que usted me hace. Esa pregunta ha demostrado ser muy útil. No solamente ha creado la teodicea, sino que toda la civilización occidental, que es considerada como la más desarrollada, ha seguido acorde con esta pregunta…


Pruebas, pero ¿Todavía son válidas?

Diría que hoy más que nunca; por supuesto, más que en otras épocas, incluso recientes. La mentalidad positivista, que se desarrolló con mucha fuerza entre los siglos XIX Y XX, hoy va, en cierto sentido, de retirada. El hombre contemporáneo está redescubriendo lo sacrum, si bien no siempre sabe llamarlo por su nombre…

Nadie, por otra parte, se sorprende por el hecho de que el conocimiento humano sea, inicialmente, un conocimiento sensorial. Ningún clásico de la filosofía, ni Platón ni Aristóteles, lo ponía en duda. El realismo cognoscitivo, tanto el llamado realismo ingenuo como el realismo crítico, afirma unánimemente que nihil est in intellectu, quod prius non fuerit in sensu («nada está en el intelecto que no haya estado antes en el sentido»). Sin embargo, los límites de tal sensus no son exclusivamente sensoriales. Sabemos, efectivamente, que el hombre conoce no sólo los colores, los sonidos o las formas, sino que conoce los objetos globalmente; por ejemplo, no conoce sólo un conjunto de cualidades referentes al objeto «hombre», sino que también conoce al hombre en sí mismo (sí, al hombre como persona). Conoce, por tanto, verdades extrasensoriales o, en otras palabras, transempíricas. No se puede tampoco afirmar que lo que es transempírico deje de ser empírico…


Si [Dios] existe, ¿por qué se esconde?

Pienso que las preguntas que usted plantea -y que, por otra parte, son las de tantos otros- no se refieren ni a santo Tomás ni a san Agustín, ni a toda la gran tradición judeocristiana. Me parece que apuntan más bien hacia otro terreno, el puramente racionalista, que es propio de la filosofía moderna, cuya historia se inicia con , quien, por así decirlo, desgajó el pensar del existir y lo identificó con la razón misma: Cogito, ergo sum («Pienso, luego existo»)…


Dios es amor. Entonces, ¿por qué hay tanto mal?

Dios ha creado al hombre racional y libre y, por eso mismo, se ha sometido a su juicio. La historia de la salvación es también la historia del juicio constante del hombre sobre Dios. No se trata sólo de interrogantes, de dudas, sino de un verdadero juicio. En parte, el veterotestamentario Libro de Job es el paradigma de este juicio. A eso se añade la intervención del espíritu maligno que, con perspicacia aún mayor, está dispuesto a juzgar no sólo al hombre, sino también la acción de Dios en la historia del hombre. Esto queda confirmado en el mismo Libro de Job…


¿Impotencia Divina?

Sí, en cierto sentido se puede decir que frente a la libertad humana Dios ha querido hacerse «impotente». Y puede decirse asimismo que Dios está pagando por este gran don que ha concedido a un ser creado por Él «a Su imagen y semejanza» (cfr. Juan 1,26). Él permanece coherente ante un don semejante; y por eso se presenta hombre, ante un tribunal usurpador que lanza preguntas provocativas: « ¿Qué es la verdad? (18,38) »…


¿Por qué tantas religiones?

El Concilio recuerda que «la Iglesia católica no rechaza nada de cuanto hay de verdadero y santo en estas religiones. Considera con sincero respeto esos modos de obrar y de vivir, esos preceptos y esas doctrinas que si bien en muchos puntos difieren de lo que ella cree y propone, no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres. Pero Ella anuncia y tiene la obligación de anunciar a Cristo, que es camino, verdad y vida» (Juan 14,6), en quien los hombres deben encontrar la plenitud de la vida religiosa y en quien Dios ha reconciliado Consigo mismo todas las cosas» (Nostra aetate, 2).

Las palabras del Concilio nos llevan a la convicción, desde hace tanto tiempo enraizada en la tradición, de la existencia de los llamados semina Verbi («semillas del Verbo»), presentes en todas las religiones. Consciente de eso, la Iglesia procura reconocerlos en estas grandes tradiciones del Extremo Oriente, para trazar, sobre el fondo de las necesidades del mundo contemporáneo, una especie de camino común…


Pero, ¿Para qué sirve creer?

A una pregunta semejante se podría responder muy brevemente: la utilidad de la fe no es comparable con bien alguno, ni siquiera con los bienes de naturaleza moral. La Iglesia no ha negado nunca que también un hombre no creyente pueda realizar acciones honestas y nobles. Cada uno, por otra parte, se convence fácilmente de eso. El valor de la fe no se puede explicar solamente con su utilidad para la moral humana, aunque la misma fe suponga la más profunda motivación de la moral…



Actividades:

Desde la perspectiva de razón y fe, seleccione dos preguntas de las planteadas en el libro "Cruzando del umbral de la esperanza" y analice: a) los elementos racionales de la respuesta; y, b) los elementos propios de la fe, de la respuesta. Además, comente las intervenciones de sus compañeros.