jueves, 30 de mayo de 2013

Problema de la posibilidad del conocimiento



Anécdota: Le habían enseñado a pensar

Sir Ernest Rutherford, presidente de la Sociedad Real Británica y Premio Nobel de Química en 1908, contaba la siguiente anécdota:

Hace,algún tiempo, recibí aviso de un colega. Estaba a punto de poner un cero a un estudiante por la respuesta que había dado en un problema de física, pese a que éste afirmaba con rotundidad que su respuesta era absolutamente acertada. Profesores y estudiantes acordaron pedir arbitraje de alguien imparcial y fui elegido yo. Leí la pregunta del examen y decía: Demuestre cómo es posible determinar la altura de un edificio con la ayuda de un barómetro... 


El fenómeno del conocimiento

En el conocimiento se hallan frente a frente la conciencia y el objeto, el sujeto y el objeto. El conocimiento se presenta como una relación entre estos dos miembros, que permanecen en ella eternamente separados el uno del otro. El dualismo de sujeto y objeto pertenece a la esencia del conocimiento.

La relación entre los dos miembros es a la vez una correlación. El sujeto sólo es sujeto para un objeto y el objeto sólo es objeto para un sujeto. Ambos sólo son lo que son en cuanto son para el otro. Pero esta correlación no es reversible. Ser sujeto es algo completamente distinto que ser objeto. La función del sujeto consiste en aprehender el objeto, la del objeto en ser aprehensible y aprehendido por el sujeto.

Vista desde el sujeto, esta aprehensión se presenta como una salida del sujeto fuera de su propia esfera, una invasión en la esfera del objeto y una captura de las propiedades de éste. El objeto no es arrastrado, empero, dentro de la esfera del sujeto, sino que permanece trascendente a él. No en el objeto, sino en el sujeto, cambia algo por obra de la función de conocimiento. En el sujeto surge una cosa que contiene las propiedades del objeto, surge una "imagen" del objeto.

Visto desde el objeto, el conocimiento se presenta como una transferencia de las propiedades del objeto al sujeto. Al trascender del sujeto a la esfera del objeto corresponde un trascender del objeto a la esfera del sujeto. Ambos son sólo distintos aspectos del mismo acto. Pero en éste tiene el objeto el predominio sobre el sujeto. El objeto es el determinante, el sujeto el determinado. El conocimiento puede definirse, por ende, como una determinación del sujeto por el objeto. Pero lo determinado no es el sujeto pura y simplemente, sino tan sólo la imagen del objeto en él. Esta imagen es objetiva, en cuanto que lleva en sí los rasgos del objeto. Siendo distinta del objeto, se halla en cierto modo entre el sujeto y el objeto. Constituye el instrumento mediante el cual la conciencia cognoscente aprehende su objeto.

Puesto que el conocimiento es una determinación del sujeto por el objeto, queda dicho que el sujeto se conduce receptivamente frente al objeto. Esta receptividad no significa, empero, pasividad. Por el contrario, puede hablarse de una actividad y espontaneidad del sujeto en el conocimiento. Ésta no se refiere, sin embargo, al objeto, sino a la imagen del objeto, en que la conciencia puede muy bien tener parte, contribuyendo a engendrarla. La receptividad frente al objeto y la espontaneidad frente a la imagen del objeto en el sujeto son perfectamente compatibles.
Johannes Hessen, Teoría del conocimiento



¿Es posible conocer la verdad?

Ser Filósofo, se ha dicho a veces, consiste en no dar nada por supuesto. Todos los seres humanos, incluidos los filósofos, habitan el mismo mundo -un mundo que alberga estrellas, montañas, árboles, palomas-, pero los filósofos, o cuando menos algunos de ellos, se empeñan en preguntar si tal mundo «realmente existe», y caso de existir qué, o quién, nos lo garantiza. Los órganos de los sentidos no son siempre de fiar. Tampoco lo son los vecinos, ni las autoridades más respetables. Puesto que ni la razón ni la imaginación nos sacan de apuros, se ha apelado en ocasiones a Dios como garantía de toda existencia. Pero si no hay que dar nada por supuesto, cabe preguntar por qué se da por supuesto nada menos que el Alfa y el Omega.

Se alegará que Dios es un caso excepcional en virtud de que su existencia es necesaria. Pero el alegato es debatible, y como todo lo que no cabe demostrar sin lugar a dudas, no se puede dar por supuesto lo que presupone. Los filósofos no suelen arredrarse ante estas dificultades. Una posible reacción a ellas es la siguiente: supuesto que no haya que dar nada por supuesto, ¿no damos por supuesto justa y precisamente que no hay que dar nada por supuesto? Pero, ¿qué ocurre cuando así se discurre? Por lo pronto, que lo discurre alguien, o algo, pero aun si no hay nadie, ni nada, que tal haga, sigue habiendo un discurrir, o un pensar. Algo permanece, pues, en medio del universal naufragio existencial. Mientras tenía lugar la pregunta acerca de si había realmente estrellas, montañas, árboles o palomas, se estaba pensando en ellos. Esas dudosas entidades pueden no existir realmente, pero existen como pensamientos. Por fin parece haberse topado con algo fiable: el pensar.

Lo malo es que el pensar -caso que sepamos en qué consiste- lleva de un pensamiento a otro, pero ahí se queda. Las estrellas y las montañas siguen siendo «algo» acerca de lo cual cabe preguntar si «realmente existe». De la montaña pensada a la real no hay sólo un gran trecho: hay un abismo, al parecer infranqueable. Por más que le demos vueltas a la montaña pensando en ella, no podremos todavía asegurar que existe. Al no dar nada por supuesto, habremos salvado el pensar -o, en todo caso, una «actitud intencional»-, pero eso es todo. Imaginamos por un momento que el pensar podría servir de punto de partida, y descubrimos que si lo es, se asemeja sospechosamente a uno de llegada. El mundo sigue sin aparecer por ninguna parte. Para llegar a él hay que retrotraerse al momento en que se había empezado por no dar nada por supuesto y advertir que se estaba ya in medias res -que las res, las cosas, «la realidad» es donde está todo, incluyendo el pensar.

Tantas lucubraciones en vano. No valía la pena dárselas de filósofo para arribar al mismo punto donde todos, filósofos o no, estamos. Todos estamos en un mundo que alberga muchas cosas -estrellas, montañas, árboles, palomas, y nosotros mismos-. No necesitamos ni siquiera una garantía de que el mundo existe. Más que escapársenos de las manos, en el curso de excogitaciones filosóficas, el mundo nos acosa, persigue, y hasta agobia.
José Ferrater Mora, Fundamentos de filosofía



I. ¿Puede el sujeto aprehender realmente el objeto? Esta es la cuestión de la posibilidad del conocimiento humano. (Johannes Hessen)

Este problema admite varias soluciones:

1. Dogmatismo

Como actitud del hombre ingenuo, el dogmatismo es la posición primera y más antigua, tanto psicológica como históricamente. En el periodo originario de la filosofía griega domina de un modo casi general. Las reflexiones epistemológicas no aparecen, en general, entre los presocráticos (los filósofos jonios de la naturaleza, los eleáticos, Heráclito, los pitagóricos). Estos pensadores se hallan animados todavía por una confianza ingenua en la capacidad de la razón humana. Vueltos por entero hacia el ser, hacia la naturaleza, no sienten que el conocimiento mismo es un problema. Este problema se plantea con los sofistas.
El dogmatismo es para Kant la posición que cultiva la metafísica sin haber examinado antes la capacidad de la razón humana para tal cultivo. En este sentido, los sistemas prekantianos de la filosofía moderna son, en efecto, dogmáticos. Pero esto no quiere decir que en ellos falte aún toda reflexión epistemológica y todavía no se sienta el problema del conocimiento. Las discusiones epistemológicas en Descartes y Leibniz prueban que no ocurre así.
Johannes Hessen, Teoría del conocimiento



Puesto que se da una plena correlación entre la apertura del ser al sujeto cognoscente y el dinamismo cognoscitivo, la adquisición de la verdad se realiza con plena certeza, es decir, sin que se dé la posibilidad de error siempre y cuando la facultad cognoscitiva actúe correctamente. Con esta tesis el dogmatismo se opone al escepticismo. Para el dogmático, el estado natural, propio de la razón humana es la verdad; el error es un «cuerpo extraño» que necesita de explicación; en el dogmatismo el problema no es lo verdadero, sino lo falso. Y esta certeza de verdad se adquiere por la razón de modo espontáneo, como derivada de la misma estructura y naturaleza de la facultad cognoscitiva; el juego libre, natural y espontáneo de sus facultades cognoscitivas lleva al hombre a la adquisición firme y segura de la verdad. Con esto, el dogmatismo se opone al criticismo, para el que la primera misión de la razón es hacer un análisis detenido de su propio poder y límites.

Psicológicamente, el dogmático, en virtud de esta firme creencia en la capacidad adquisitiva de la verdad, tiende a mantener sus tesis con todo rigorismo, estando, en consecuencia, poco abierto al diálogo, en cuanto éste es una comunicación viva entre el tú y el yo; este sentido es el que, en el lenguaje común, se suele asignar al término dogmatismo.

El dogmatismo exagerado o ingenuo debe ser sustituido por un dogmatismo moderado, en el que se presenta como problema la capacidad de la razón para adquirir la verdad, para captar el ser, pero en el que la solución, frente a la corriente general del pensamiento moderno, es positiva, aceptando, con ciertas limitaciones, la aptitud de nuestras facultades cognoscitivas para la verdad; nos hallamos ante un uso válido, pero controlado de la razón.


2. Escepticismo

Según el escepticismo, el sujeto no puede aprehender el objeto. El conocimiento, en el sentido de una aprehensión real del objeto, es imposible según él. Por eso no debemos pronunciar ningún juicio, sino abstenernos totalmente de juzgar.

Mientras el dogmatismo desconoce en cierto modo el sujeto, el escepticismo no ve el objeto. Su vista se fija tan exclusivamente en el sujeto, en la función del conocimiento, que ignora por completo la significación del objeto. Su atención se dirige íntegramente a los factores subjetivos del conocimiento humano. Observa cómo todo conocimiento está influido por la índole del sujeto y de sus órganos de conocimiento, así como por circunstancias exteriores (medio, círculo cultural). De este modo escapa a su vista el objeto, que es, sin embargo, tan necesario para que tenga lugar el conocimiento, puesto que éste representa una relación entre un sujeto y un objeto.

El escepticismo se encuentra, ante todo, en la Antigüedad. Su fundador es Pirrón de Elis (360‐270). Según él, no se llega a un contacto del sujeto y el objeto. A la conciencia cognoscente le es imposible aprehender su objeto. No hay conocimiento. De dos juicios contradictorios el uno es, por ende, tan exactamente verdadero como el otro. Esto significa una negación de las leyes lógicas del pensamiento, en especial del principio de contradicción. Como no hay conocimiento ni juicio verdadero, Pirrón recomienda la abstención de todo juicio, la έποχή.
Johannes Hessen, Teoría del conocimiento



Filosóficamente significa una actitud de pensamiento, opuesta al dogmatismo, por la cual, después de haber examinado todo, se concluye en una epojé o abstención de juicio, bajo la cual sublate el principio de la incapacidad del hombre para alcanzar la verdad.

El mayor representante del e. moderno es David Hume (1711-1776; v.); su investigación se centra en la naturaleza humana, que fundamentalmente es instinto. La razón es la que aclara los datos de los instintos haciendo ver que lo que creemos ser objetivo y real, es solamente instintivo y subjetivo. Pero esa misma razón, es solamente una forma de instinto, pero reflexivo, por lo cual juzga, discrimina, pero de una manera natural, sin saber el fundamento de sus aserciones. Así, pues, el conocimiento humano surge de dos principios: de las percepciones y del instinto.

El conocimiento queda recluido en la pura subjetividad empírica, sin conexión con lo en-sí, con lo externo, que permanece desconocido. Se trata, pues, de un escepticismo integral basado en el subjetivismo y en la experiencia. El influjo de Hume en el empirismo, positivismo y deísmo posteriores fue grande, además de verse su huella en todos los escepticismos que laten implícitos en muchas posiciones filosóficas subjetivistas, materialistas, etc., que niegan o la cognoscibilidad del mundo exterior o el valor de la razón humana y de la metafísica.

El escepticismo, en cuanto que es una crítica del dogmatismo, pone de relieve precisamente lo más débil de éste. En efecto, dentro del orden humano y racional, no podemos admitir sin demostración y justificación alguna una serie de principios, aceptados apriorísticamente, como punto de partida de una especulación, como es, p. ej., el valor de los sentidos y de la razón, la verdad de los primeros principios, los argumentos de credibilidad (si se trata de principios aceptados por autoridad, como es el caso de la fe religiosa). Por otro lado, el espíritu escéptico puede hacernos reflexionar sobre el valor de verdad y certeza de nuestros conocimientos: es preciso poner en juego nuestra sensibilidad y sinceridad intelectual y humana para saber valorar y distinguir lo que es dudoso, posible, probable, verosímil, cierto y evidente sin pretender marcar con el sello de la verdad absoluta a lo que meramente es probable, bien entendido que muchas veces la limitación del conocimiento humano ha de contentarse con probabilidades, en algunas ocasiones, cuando falten las certezas.


3. Subjetivismo

El escepticismo enseña que no hay ninguna verdad. El subjetivismo y el relativismo no van tan lejos. Según éstos, hay una verdad; pero esta verdad tiene una validez limitada. No hay ninguna verdad universalmente válida. El subjetivismo, como ya indica su nombre, limita la validez de la verdad al sujeto que conoce y juzga.

Al igual que el escepticismo, el subjetivismo y el relativismo se encuentran ya en la Antigüedad. Los representantes clásicos del subjetivismo son en ella los sofistas. Su tesis fundamental tiene su expresión en el conocido principio de Protágoras (siglo V a. de J.C.): Πάντων χρημàτων μέτρον άνϑωπος (el hombre es la medida de todas las cosas). Este principio del homo mensura, como se le llama abreviadamente, está formulado en el sentido de un subjetivismo individual con suma probabilidad.
Johannes Hessen, Teoría del conocimiento



Subjetivismo significa la primacía de lo que se refiere al sujeto cognoscente, el primado del yo sobre las cosas, sobre los objetos del mundo exterior. Tal es también su significado vulgar en el lenguaje ordinario actual; se dice que es «subjetiva» la actitud del que no juzga y aprecia las cosas y los acontecimientos como son en sí, sino que pretende imponer su modo peculiar de juzgarlas y apreciarlas. Así, el subjetivismo viene a ser una forma de escepticismo y de relativismo, con los mismos o parecidos defectos fundamentales de éstos, aunque tengan raíces a veces algo diferentes. Aunque es difícil dar una definición precisa que abarque todas las formas del subjetivismo, podemos considerarlo como aquella doctrina que afirma la dependencia funcional de los objetos y de los juicios de valor respecto del sujeto cognoscente. Analizando esta definición, tenemos:

1) El subjetivismo es una dependencia funcional; todo subjetivismo es, fundamentalmente, una postura gnoseológica; en la relación cognoscitiva sujeto-objeto, cabe acentuar el papel activo de uno u otro; en el primero de los casos, nos encontramos ante el subjetivismo; en el segundo, frente al objetivismo. Para el subjetivista, la primacía en el conocimiento correspondería al sujeto, y por ello puede decirse que el conocimiento depende, de modo primordial, de él; en consecuencia, también el objeto, por su menor capacidad activa en el conocimiento, queda dependiente del sujeto. Mas esta dependencia se caracteriza por su funcionalidad; es decir, que el conocimiento obtenido depende, en su estructura y contenido, de la estructura y de los contenidos del sujeto. El sujeto sería, dentro de la función, la variable independiente; el conocimiento del objeto, la variable dependiente; al variar la estructura de la primera, variará la de la segunda. La mente humana en el conocimiento especulativo se comporta como un espejo (speculum); pero, frente a la tesis objetivista, en la que la mente es siempre, universal y necesariamente, como un espejo plano, que fielmente refleja lo real, para el subjetivismo el espejo mental sería variable, ya plano, ya cóncavo, ya convexo, de forma que el objeto reflejado, es decir, conocido, depende funcionalmente de la estructura del sujeto.

2) De los objetos; esta dependencia del conocimiento respecto del sujeto puede recaer en la esfera del ser o del valer; en el primer caso estamos ante un subjetivismo ontológico, en el que es el ser, ya en su casi plena totalidad -p. ej., en el solipsismo, como se verá más adelante-, ya en un ámbito más restringido, el que se funcionaliza con relación al sujeto cognoscente.


4. Relativismo

El relativismo está emparentado con el subjetivismo. Según él, no hay tampoco ninguna verdad absoluta, ninguna verdad universalmente válida; toda verdad es relativa, tiene sólo una validez limitada. Pero mientras el subjetivismo hace depender el conocimiento humano de factores que residen en el sujeto cognoscente, el relativismo subraya la dependencia de todo conocimiento humano respecto a factores externos. Como tales considera, ante todo, la influencia del medio y del espíritu del tiempo, la pertenencia a un determinado círculo cultural y los factores determinantes contenidos en él.

El subjetivismo y el relativismo incurren en una contradicción análoga a la del escepticismo. Este juzga que no hay ninguna verdad, y se contradice a sí mismo. El subjetivismo y el relativismo juzgan que no hay ninguna verdad universalmente válida; pero también en esto hay una contradicción. Una verdad que no sea universalmente válida representa un sinsentido. La validez universal de la verdad está fundada en la esencia de la misma. La verdad significa la concordancia del juicio con la realidad objetiva. Si existe esta concordancia, no tiene sentido limitarla a un número determinado de individuos. Si existe, existe para todos. El dilema es: o el juicio es falso, y entonces no es válido para nadie, o es verdadero, y entonces es válido para todos, es universalmente válido. Quien mantenga el concepto de la verdad y afirme, sin embargo, que no hay ninguna verdad universalmente válida, se contradice, pues, a sí mismo.

El subjetivismo y el relativismo son, en el fondo, escepticismo. Pues también ellos niegan la verdad, si no directamente, como el escepticismo, indirectamente, atacando su validez universal.
Johannes Hessen, Teoría del conocimiento



El relativismo es una errónea doctrina gnoseológica según la cual no puede darse ninguna verdad absoluta, universal y necesaria, sino que la verdad hay que concebirla en virtud de un conjunto de elementos condicionantes que la harían particular y mutable. La verdad, como propiedad del juicio, habría que considerarla como una mera función, algo que dependería intrínsecamente en su validez de una variable a la que estaría condicionada. Del mismo modo que en el campo matemático carece de sentido cuestionarse por el valor absoluto de una variable dependiente dentro de una función, ya que dicho valor está condicionado por el que tome la variable independiente, de forma semejante, para el relativismo, no tiene sentido preguntarse si el juicio S es P es verdadero con carácter universal y necesario, puesto que la verdad o falsedad de ese juicio sería una variable dependiente de ciertos elementos condicionantes, de manera que dados unos determinados elementos podrá ser verdadero, dados otros distintos podrá ser falso. La verdad asume así un carácter relativo. Y en esto radica la diferencia fundamental entre relativismo y escepticismo. Para este último, la verdad absoluta existe, mas el hombre, por la deficiencia de sus facultades cognoscitivas, se ve en la imposibilidad de alcanzarla.

El escepticismo se basa en una hipovaloración de la razón o entendimiento humano. Por el contrario, el relativismo no valora en menos el intelecto humano; pero piensa que su misma estructura, así como la de la realidad, da lugar, indefectiblemente, a que el conocimiento no pueda revestirse de universalidad y necesidad, y a que quede siempre anclado en el seno de unos datos condicionantes siempre diversos y cambiantes. Si la verdad es algo condicionado como función de un elemento condicionante, según la naturaleza que se asigne a este último surgen diversos tipos de relatividad, diversas variables independientes de las que será función la verdad. Y, por tanto, diferentes tipos de relativismo.

http://www.canalsocial.net/GER/ficha_GER.asp?id=5903&cat=filosofia 


Frases relacionadas con el tema

  • Los hombres creen gustosamente aquello que se acomoda a sus deseos. Julio César (100 AC-44 AC) Emperador romano.

  • Hay mucha gente que no cree en nada, pero que tiene miedo de todo. Friedrich Hebbel (1813-1863) Poeta y dramaturgo alemán.

  • Las palabras nunca alcanzan cuando lo que hay que decir desborda el alma. Julio Cortázar (1914-1984) Escritor argentino.
  • Muchas veces las palabras que tendríamos que haber dicho no se presentan ante nuestro espíritu hasta que ya es demasiado tarde. André Gide (1859-1951) Escritor francés.
  • Pueden prohibirme seguir mi camino, pueden intentar forzar mi voluntad. Pero no pueden impedirme que, en el fondo de mi alma, elija a una o a otra. Henrik Johan Ibsen (1828-1906) Dramaturgo noruego.
  • En un bosque se bifurcaron dos caminos, y yo... Yo tomé el menos transitado. Esto marcó toda la diferencia. Robert Lee Frost (1874-1963) Poeta estadounidense.

Actividades

1. Comente la anécdota.

2. Identifique la postura gnoseológica de los autores de las frases propuestas.

3. Comente las intervenciones de sus compañeros.

4. Valore el video: http://www.youtube.com/watch?v=x0r6zAfI5WU 

jueves, 23 de mayo de 2013

Ciencia y filosofía




Información, conocimiento y sabiduría

Un hombre llamado Funes tiene la virtud de recordar absolutamente todo lo que ha vivido. Su memoria, más que extraordinaria, podría calificarse de sobrenatural: tan prodigiosa resulta que para rememorar todo lo que le ha sucedido en un día entero necesita exactamente un día entero. A la perfecta evocación de las sensaciones visuales o auditivas (las más sencillas) se unen otras increíbles, como las más pequeñas percepciones táctiles, olfativas o gustativas…

Borges, escritor sofista y sofisticado, imagina una historia que, antes de apelar a los sentimientos, disecciona los mecanismos de la inteligencia humana. Más que realizar un estudio de las pasiones, muestra las paradojas de nuestras facultades intelectuales. Su protagonista se muestra incapaz de reflexionar, impedido por la marea de datos que se alojan en su cerebro.

La información es a veces apariencia de conocimiento y, tal vez, de sabiduría, pero no tendría que identificarse con ellos dos. Aun así, parece que una rigurosa y vasta información es la base necesaria para avanzar en el conocimiento. Por último, la sabiduría, “grado más alto del conocimiento”, supera el mero conocimiento de las cosas, ceñido a la reflexión comprensiva sobre la información, y permite relacionarse intelectualmente con otras áreas o bien, habilita para una recta aplicación práctica del conocimiento.
Nuevas actitudes surgen en este mundo globalizado, donde la información es ya patrimonio universal. Sin embargo, parece terriblemente obvio que la emisión de innumerables datos sobre realidades alejadas del individuo y su circunstancia cotidiana, no siempre acarrea un mejor conocimiento del mundo… En una sociedad en donde el ocio se valora tanto que los medios se disponen para obtener un mayor rendimiento del placer a base del menor esfuerzo, las páginas llenas de pornografía, violencia o simples estupideces, colman la red y se prestan a abrirse frente al lector desprevenido en cualquier momento. La red, como la memoria de Funes, no conoce jerarquías, ni analiza prioridades. Como en un laberinto borgiano, el navegante la cruza deteniéndose fascinado ante sus múltiples y vistosas imágenes. He aquí la tentación diaria de descansar en medio del camino en busca de la información que perseguíamos…

Edipo es el príncipe de Tebas, un hombre inteligente y justo, celoso vigilante del bienestar de sus súbditos. Un día se declara la peste en la ciudad y un oráculo dictamina que, cuando haya desaparecido el autor de cierto crimen horrible, cesará la epidemia…

Edipo se caracteriza por perseguir siempre la verdad sobre su sociedad y, a la larga, alcanza la revelación sobre quién es él. Tratando de conocer el exterior (el culpable de la peste), Edipo se ha conocido a sí mismo... A partir de aquí puede alcanzar la verdadera sabiduría…


El conocimiento y sus características

A la conciencia espontánea se manifiesta el conocimiento como una cierta captación o aprehensión de la cosa conocida, llevada a cabo por el sujeto cognoscente. Conocido y cognoscente tienen que entrar en relación para que haya conocimiento; pero esta relación no es un mero contacto, sino una representación o reproducción que el cognoscente lleva a cabo y que versa sobre lo conocido, de modo que lo capte o aprehenda. El conocimiento no es, en efecto, un mero contacto, ni pura acción y reacción entre cosas, porque entonces todas las cosas serían cognoscentes, lo que contradice la experiencia ordinaria.

El momento ontológico del conocimiento… consiste propiamente en la recepción, por parte del sujeto cognoscente… de una especie o semejanza de esta misma cosa conocida.

El momento gnoseológico del conocimiento es precisamente el acto u operación cognoscitiva. La filosofía clásica caracteriza ese acto como una acción inmanente, es decir, no transitiva ni productiva de un efecto, pues de suyo no se ordena más que a captar la cosa conocida, a reproducirla o representarla interiormente…

Grados del conocimiento

En el nivel de la sensibilidad nos encontramos con el grado inferior del conocimiento. Porque el conocimiento es una perfección análoga que se realiza según grados… las facultades del conocimiento sensitivo están arraigadas en algún órgano corporal; y las condiciones de la materia que aquí se mencionan se reducen a la especialidad y a la temporalidad, o, para ser más exactos, a la cantidad  y al movimiento. Esto quiere decir que, a diferencia del conocimiento intelectual, el sensitivo tiene por objeto realidades singulares y sujetas a mutación. Por el conocimiento sensitivo, en efecto, podemos discernir entre cosas que, siendo enteramente iguales, sin embargo, la una no es la otra… También por el conocimiento sensitivo tenemos la experiencia del cambio, ya en la realidad exterior, ya en nosotros mismos, que no tendríamos en el puro conocimiento intelectual; y aquí también es necesaria la retención de las susodichas condiciones de la corporeidad: el espacio y el tiempo.

En el caso del hombre, el conocimiento intelectual manifiesta una clara dependencia del sensitivo; pero, al mismo tiempo, supera a éste con mucho. Depende del conocimiento sensitivo en el hecho de que tiene que tomar de éste sus primeros datos, y en que el objeto propio o proporcionado de nuestro entendimiento son precisamente las esencias abstraídas de las mismas cosas sensibles; todo lo demás que nuestro entendimiento conoce, lo conoce a partir de esas esencias y a través de ellas. Pero el conocimiento intelectual humano supera al sensitivo, pues además de prescindir siempre de las condiciones de la materia (y por eso el objeto del entendimiento es siempre universal y necesario), no se limita a la aprehensión de las esencias de las cosas corpóreas, sino que puede acceder hasta las incorpóreas. Hay, en efecto, por parte del hombre, un conocimiento de objetos totalmente inmateriales, ya con inmaterialidad precisiva o simplemente negativa, ya también con inmaterialidad positiva, aunque siempre se trate, en este último caso, de un conocimiento indirecto y analógico.


Niveles del conocimiento

Los conocimientos común y científico se distinguen en cuanto que el primero es espontáneo y directo, mientras que el segundo es un conocimiento explícita y deliberadamente elaborado por medio de una preparación reflexiva del entendimiento. Ambos coinciden, salvo excepciones, en tener inicialmente como punto de partida un contenido presente en la sensibilidad. El conocimiento científico y el filosófico coinciden en cuanto que ambos se dan en el seno de una disposición especulativa, elaborada, de la actividad cognoscitiva, pero difieren en cuanto que los datos iniciales del conocimiento científico han de estar presentes en los sentidos, mientras que existen objetos importantes del conocimiento filosófico que trascienden completamente el dominio propio de los sentidos y son considerados como realidades suprasensibles, totalmente exteriores al ámbito de la experiencia sensible.




Naturaleza de la ciencia

La palabra ciencia se usa actualmente como mínimo con dos significados y to­da la cuestión de la educación científica se encuentra oscurecida por la costum­bre actual de saltar de un significado al otro.
Se asume generalmente que ciencia significa o (a) las ciencias exactas, como la química, la física, etc., o (b) un méto­do de pensar que obtiene resultados ve­rificables razonando lógicamente a par­tir de los hechos observados.

Si usted le pregunta a cualquier cien­tífico, o incluso a casi toda persona cul­ta «¿Qué es la ciencia?», recibirá proba­blemente una respuesta que se aproxi­ma a (b). Sin embargo, en la vida coti­diana, tanto al hablar como al escribir, cuando la gente dice «ciencia» quiere dar a entender (a).


Ciencia y Dios: Testimonios de científicos

A. EINSTEIN: «A todo investigador profundo de la naturaleza no puede menos de sobrecogerle una especie de sentimiento religioso, porque le es imposible concebir que haya sido él el primero en haber visto las relaciones delicadísimas que contempla. A través del universo incomprensible se manifiesta una Inteligencia superior infinita».

Ch. DARWIN: «Jamás he negado la existencia de Dios. Pienso que la teoría de la evolución es totalmente compatible con la fe en Dios. El argumento máximo de la existencia de Dios, me parece, la imposibilidad de demostrar y comprender que el universo inmenso, sublime sobre toda medida, y el hombre, hayan sido frutos del azar».

http://www.conocereisdeverdad.org/website/index.php?id=1912 

El conocimiento filosófíco

La definición de la Filosofía es el primer tema, y, a su vez, el problema primero, del saber filosófico. Tema, porque es propio y exclusivo de la Filosofía definirse a sí misma; dado su carácter de último, el saber filosófico no puede esperar a que su concepto venga dado por ninguna otra ciencia. Hasta tal punto se da la necesidad de que sea la Filosofía la que se defina a sí misma que en este aspecto estriba una diferencia entre ella y cualquier otro género de saber; con razón ha subrayado Pieper, en la primera página de Was heisst philosophie? (o. c. en bibl.) que cuando el físico se pregunta, p. ej., por la esencia de su ciencia, en ese momento deja de hacer Física, cosa que no acontece al filósofo cuando se pregunta por la Filosofía…
He subrayado la doble modalidad -nominal y real de toda definición, y en concreto de la Filosofía. La definición nominal, que atiende al nombre puede llevarse a cabo por dos caminos: el etimológico y el sinonímico. El primero consiste en un análisis de la palabra; el segundo en mostrar las relaciones de la misma con otros vocablos afines. Estas dos perspectivas componen la temática de la definición nominal que con el problema de la definición real, que apunta a la cosa misma, constituyen la cuestión sobre el concepto o esencia -quaestio quid sit- de la Filosofía…

División de la Filosofía

Un célebre pasaje de Tomás de Aquino en sus comentarios a la ética aristotélica da la clave para establecer la división de la Filosofía, que junto con la definición establecida constituyen los dos momentos de la determinación esencial de la misma. Siendo propio del sabio el ordenar, el filósofo tiene por misión conocer el orden que, según Tomás de Aquino, se ofrece a la razón en una cuádruple linealidad; la existencia de ese cuádruple orden es la que hace posible la división de la Filosofía…

http://www.canalsocial.net/GER/ficha_GER.asp?id=5732&cat=filosofia



Ciencia y filosofía

La relación entre la ciencia y la filosofía es hoy difícil. En cualquier caso, el filósofo no puede quedarse tranquilo dejando a los físicos el estudio de los fenómenos, y recabando para sí el meollo de la realidad. No; esa no es una buena solución, sino una situación de retirada: como meterse dentro de un bunker. Hay un argumento contra esta postura: un refugio siempre está amenazado. En efecto, teóricos de la ciencia sostienen que esos territorios reservados para sí mismos por los filósofos poco a poco serán invadidos por la ciencia, y que el filósofo se quedará al final sin nada de qué ocuparse.

En definitiva, tengo que decir que esa solución me parece tímida y, por tanto, impropia de la filosofía. Realmente no se puede decir que haya un divorcio completo entre la ciencia y la filosofía, pues de los asuntos más profundos y básicos sólo puede hablarse dejando al margen lo que no es tan profundo, precisamente porque hacemos filosofía y no sophía. El camino de acercamiento a la verdad, a lo primordial, no se abriría si no se encontrara acceso a él desde lo que es más somero. La filosofía no sería nada si sólo fuese una ciencia de noumenos y no considerase también los fenómenos. Dejar los fenómenos para la ciencia positiva, en una situación de dualidad con la filosofía, es, en rigor, consentir en matar la filosofía…

El filósofo es un insatisfecho

Un filósofo es un insatisfecho, una persona que no se conforma fácilmente, sino que va detrás de lo más radical y más grande. La actitud según la cual las apariencias son para los físicos, y lo profundo para los filósofos, invita a que el filósofo se quede tranquilo, al menos por un tiempo. Pero en el mismo momento en que un filósofo se queda tranquilo, deja de ser filósofo: se convierte en un pensador rutinario que se conforma con fórmulas consagradas y se margina del progreso. La ciencia va hacia adelante, averigua cada vez más, aunque se trate de aspectos accesorios. Si la filosofía no los tomara en cuenta, quedaría congelada. Y entonces, el filósofo, el hombre abierto a lo inagotable, que aspira a un entender creciente, se refugiaría en lo profundo como en un sótano y dejaría el incremento del saber al científico. Pero, insisto, con eso se mata la filosofía.

La filosofía empieza cuando unos hombres se entienden como no enteramente sabios, sino como quienes buscan la verdad y la van alcanzando. La sabiduría humana no tiene un balance definitivo en este mundo. Más adelante, la filosofía se entiende a sí misma como superior a un saber aparente, al saber sofístico que pretende una contradictoria suficiencia, limitándose a lo aparente. Los filósofos socráticos consiguieron una gran victoria frente a este tipo de saber, porque un saber que no es verdad no es ningún tipo de saber. La crítica a la sofística no es difícil, aunque a veces es demasiado sumaria; la sofística tiene algo que decir sobre comportamientos humanos constatables.

La filosofía es aquel saber que exige tensar las energías del hombre hacia lo más alto. Si no fuera eso, convendría borrarse de ella. Para introducirse en la filosofía lo primero es guardarse de actitudes no filosóficas. Filósofo es el que busca la verdad, el que ama la verdad; el que sabe, pero puede saber más. No es filósofo el que se queda atrás, el que no saca impulso de lo inconmovible, y reparte papeles renunciando a participar en el tenso esfuerzo del científico. Tampoco lo es el que se regocija ante los fracasos de la ciencia. La ciencia no tiene hoy tanta confianza en sí misma como hace cien años, pero eso ha de ser también objeto de la meditación del filósofo, y no el motivo de regocijo de quien sólo encuentra una barca para salvarse si otros se hunden; no, porque el científico también trata de la realidad…

Leonardo Polo, Introducción a la filosofía





Trayectoria intelectual de Leonardo Polo





Sentido y finalidad de la filosofía

La más frecuente y divulgada objeción a la filosofía es la que insiste -desde el positivismo, sobre todo- en que se trata de una actividad perfectamente “inútil”, sin valor, por tanto, para el hombre práctico. Esta objeción afecta especialmente a la parte más noble de la filosofía, la metafísica; pues respecto de otras, como, por ejemplo, la psicología y la ética, se advierten inmediatas conexiones con lo que, en un sentido muy estricto y pragmático, se conviene en llamar “la realidad”…

Filosofía, fe y teología

Por su más alta significación, la filosofía limita con la fe y la teología; en sus aspectos menos trascendentes, con las llamadas ciencias particulares y lo que suele denominarse, en un especial sentido, "concepción del universo”.

Son muy frecuentes las confusiones en torno a la cuestión de la filosofía y la fe. Por ello mismo es necesario, ante todo, precisar el sentido del problema; y, por de pronto, justificar y definir su planteamiento. Para ello es menester que comencemos por una idea de la fe, que no haga superflua su comparación con la filosofía. Si la fe consistiera en algo meramente relativo a nuestra actividad sentimental, no habría por qué contraponerla o enfrentarla a la totalidad de la filosofía; bastaría estudiarla, dentro de ésta, como uno de los puntos de la psicología afectiva. Pero es el caso que la fe, aunque produzca o determine sentimientos, no es formalmente un sentimiento más. La fe concierne, de una manera propia e inmediata, al entendimiento humano. Creer y no creer son actos que sólo la facultad intelectiva puede realizar.

Pero esto no significa que el entendimiento verifique el acto de creer sin necesidad de ninguna ayuda y condición. “Creer –dice Santo Tomás- es el acto del entendimiento que asiente a la verdad divina imperado por la voluntad, a la que Dios mueve mediante la gracia". Es el entendimiento, no la voluntad, lo que tiene la facultad de asentir o de disentir ante cualquier proposición. Pero en el caso de la verdad divina, que se propone como objeto de creencia en tanto que no es evidente, el entendimiento no puede asentir de una manera espontánea, pues de esta manera sólo lo que es evidente despierta o produce nuestro asentimiento. El hecho, sin embargo, de que una proposición no sea evidente no significa que sea evidente su falsedad. No son iguales estos dos conceptos: "no, ser evidente que" y "ser evidente que no". Para que algo se nos proponga a título de creencia es preciso que no sea evidente, ni como verdadero ni como falso. De ahí que el asentimiento a las verdades de fe suponga una moción o impulso de la voluntad sobre la facultad intelectiva. El creer es un acto del entendimiento; pero el "querer creer" concierne a la voluntad. (Y puesto que el objeto de esta fe trasciende de lo puramente natural, es preciso que la voluntad sea movida por Dios; lo cual ocurre, precisamente, mediante la gracia)…

Antonio Millán Puelles, Fundamentos de la filosofía



http://es.scribd.com/doc/6844215/Antonio-Millan-Puelles-Fundamentos-de-Filosofia

La figura intelectual de Antonio Millán Puelles



Actividades

1. Lea del libro de Leonardo Polo, Introducción a la Filosofía, la primera parte: La filosofía hasta Aristóteles (4 capítulos).

2. Lea del libro de Antonio Millán Puelles, Fundamentos de filosofía, el capítulo I: El concepto de la Filosofía, y el capítulo II: El ámbito del saber filosófico.

3. Seleccione dos frases de los científicos sobre la filosofía y coméntelas.

4. Valore el vídeo Un mundo sin filosofía: http://www.youtube.com/watch?v=IGf75GEyZVM

Para pensar

Un cristiano que se cierra en sí mismo, que esconde todo lo que el Señor le ha dado, es un cristiano... ¡no es cristiano! ¡Es un cristiano que no agradece a Dios por todo lo que le ha dado!... Y especialmente en este tiempo de crisis, en la actualidad, es importante no cerrarse sobre sí mismo, enterrando el propio talento, las propias riquezas espirituales, intelectuales, materiales, todo lo que el Señor nos ha dado, sino abrirse, ser solidarios, estar atento con el otro… A ustedes, que están en el comienzo del viaje de la vida, pregunto: ¿Han pensado en los talentos que Dios les ha dado? ¿Han pensado en cómo los pueden poner al servicio de los demás? ¡No entierren los talentos! Apuesten por grandes ideales, aquellos ideales que agrandan el corazón, aquellos ideales de servicio que harán fecundos sus talentos… (Papa Francisco)