miércoles, 18 de diciembre de 2013

martes, 17 de diciembre de 2013

Civilización de muerte y eutanasia

La eutanasia es el desprecio a la vida frágil, y necesitada de cuidado y atención. Con color de compasión e invocando un auténtico “humanismo” se ofrece una “ayuda” pensada más para las compañías de seguros, el estado, las clínicas y hospitales, y para los familiares (para todos una carga menos) que para el propio paciente. La eutanasia es una forma extrema de egoísmo, propia del individuo y no de la persona. Los que hoy matan amparados por estas leyes mañana perecerán víctimas de su propio invento.


Eutanasia 100 preguntas y respuestas

http://www.aciprensa.com/eutanasia/100-preguntas.htm


El senado belga amplía la ley de eutanasia para los menores




http://www.20minutos.es/noticia/2004402/0/senado-belga/autoriza-despenalizar/eutanasia-menores/

Cómo refutar los argumentos a favor de la eutanasia y el suicidio asistido

Conceptos generales en torno a la Muerte Digna y a la Eutanasia

Sobre el suicidio asistido


"La medicina paliativa elimina el dolor, pero la eutanasia elimina al paciente"

"Pesadilla de la eutanasia para los más débiles"
http://www.muertedigna.org/textos/euta222.htm 


Mi decisión: eutanasia 

Cara a cara: La eutanasia


Cultura de vida: vocación religiosa 


Actividades:

1. Comente los dos vídeos sobre la eutanasia.

2. Comente las intervenciones de sus compañeros.

jueves, 5 de diciembre de 2013

Análisis de casos

Inseminación artificial



FIV 1

FIV 2



Los bebés de la Intifada

http://internacional.elpais.com/internacional/2013/08/22/actualidad/1377202587_462559.html




La Ciudad de México aprueba que las mujeres puedan prestar sus vientres

En la Ciudad de México será legal que una pareja aporte su material genético y una mujer preste su cuerpo para procrear al embrión.

http://mexico.cnn.com/nacional/2010/12/01/la-ciudad-de-mexico-aprueba-que-las-mujeres-puedan-prestar-sus-vientres



México: Ley de vientre de alquiler significará cosificar al embrión y a la mujer

http://www.aciprensa.com/noticias/mexico-ley-de-vientre-de-alquiler-significara-cosificar-al-embrion-y-a-la-mujer-94899/#.UqnEXvTuIrU

Matriz para análisis de casos 

martes, 29 de octubre de 2013

Origen de la vida y aborto


Al cortar su cordón umbilical, los lazos que permanecen son los emotivos, esos que el aborto no puede cortar. Si matar hace a la humanidad peor, disfrazar este acto de bondad es perverso.



Gianna Beretta Molla: Ama de casa, entre la vida y la muerte
Al tercer mes del cuarto embarazo, un fibroma en el útero amenaza la vida de su hijo. Como médico, Gianna sabe muy bien de qué se trata: deberá internarse en el hospital y someterse a una seria operación quirúrgica para extraerle el tumor. Como solución rápida y segura del problema los médicos aconsejan el aborto, pero Gianna insiste: — No lo permitiré jamás. No se preocupe por mí, basta que vaya bien el niño...




«Aborté porque me sentí acorralada como un animal»
Hace tres años tenía la edad de 23, estaba viviendo como cualquier joven de esta edad las experiencias que esta sociedad prometen ser las mejores. Sin una mentalidad aún formada porque a diario recibimos tanta información de diversas cosas, que no llegas a distinguir lo que deseas realmente de tu vida y de tu persona, no te dan tiempo a pensar, únicamente te dedicas a vivir manejada como marioneta por la mano del hombre que forman las sociedades.
Pues bien, al no tener esta formación y vivir superficialmente, me quedé embarazada. Mi mundo, el que ya no existía desde hace unos años, desde que exactamente creí poder ser independiente del seno familiar porque así me lo hacia entender todo lo que me rodeaba, pues ese mundo de ficción se me hundió, me sentí acorralada como cualquier animal que se siente acechado por otro ser mucho más fuerte el cual puede aplastarte...


El aborto en los casos de abuso sexual


Mi hija Marta nació con tan sólo 6 meses de gestación


El comienzo de la vida humana

En toda la discusión ética sobre el aborto hay una interrogante fundamental. Frecuentemente esa pregunta viene formulada así: ¿Cuándo comienza la vida humana?...

La fecundación

La opinión oficial de la Iglesia católica afirma que el derecho a la vida del nuevo ser arranca desde el momento de la fecundación, es decir, desde el momento en que se constituye la realidad biológica del zigoto o célula-huevo, resultante de la fusión del óvulo y del espermatozoide. Es importante subrayar que el proceso de fecundación no es un hecho puntual e instantáneo, sino que la singamia o unión del complemento cromosómico de las células germinales masculina y femenina dura varias horas. Esta postura es compartida igualmente por otras personas, aunque no estén incluidas dentro del campo católico.

De acuerdo con esta posición, la fecundación constituye un salto cualitativo en relación con las células germinales precedentes antes de su fusión. El zigoto resultante tiene una relevancia equiparable a la del recién nacido por las siguientes razones:

- Es una realidad biológica humana: aunque su apariencia externa sea equiparable al zigoto de otras especies animales, sin embargo, atendiendo a sus factores genéticos -a los aproximadamente 50-100.000 genes característicos de nuestra especie- hay que decir que la información genética existente en la célula-huevo es humana y solamente humana.

- En la información genética existente en el zigoto se «prefigura» el individuo humano que se va a desarrollar a partir de aquél. Indiscutiblemente, los factores que actúan durante el desarrollo embrionario van a jugar un papel muy importante en el troquelado del nuevo ser. Sin embargo hay que decir que cada ser humano -excepto en el caso de los gemelos monozigóticos- es un ser único e irrepetible en la historia de la humanidad y que su singularidad e irrepetibilidad está ya presente en ese zigoto del que tomó origen su ulterior desarrollo…

- En el debate sobre el aborto se ha afirmado con frecuencia que el embrión o el feto son una parte del cuerpo de la madre, de la que ésta, por tanto, puede disponer como de un apéndice. Esta afirmación es, biológicamente y con toda claridad, falsa. El nuevo ser no es una parte del organismo materno, sino una realidad biológicamente distinta -y que sin embargo, sorprendentemente, no es rechazada como un «cuerpo extraño»-, que muy desde el principio comienza a dirigir su propio proceso de desarrollo, sintetizando sus propias proteínas y enzimas, que son distintas de las de su madre. El nuevo ser es, durante el desarrollo embrionario, sumamente dependiente del organismo materno, pero es, al mismo tiempo, autónomo, ya que es él mismo el que dirige su propio proceso de desarrollo. Utilizando una comparación, puede decirse que el nuevo ser es «arquitecto» de sí mismo en un doble sentido…






El cerebro de la mujer embarazada

El proceso biológico natural del embarazo reduce el estrés en la mujer, al desactivar la hormona cortisol, y aumenta la confianza, al liberar oxitocina. Esta transformación se suma a otros cambios hormonales del cerebro de la mujer a partir del día 15 cuando, implantado en el útero, el embrión se comunica con los tejidos de la madre.



El embarazo cambia el cerebro de la mujer





« Mi embrión tus ojos lo veían » (Sal 139 138, 16)

La gravedad moral del aborto procurado se manifiesta en toda su verdad si se reconoce que se trata de un homicidio y, en particular, si se consideran las circunstancias específicas que lo cualifican. Quien se elimina es un ser humano que comienza a vivir, es decir, lo más inocente en absoluto que se pueda imaginar: ¡jamás podrá ser considerado un agresor, y menos aún un agresor injusto! Es débil, inerme, hasta el punto de estar privado incluso de aquella mínima forma de defensa que constituye la fuerza implorante de los gemidos y del llanto del recién nacido. Se halla totalmente confiado a la protección y al cuidado de la mujer que lo lleva en su seno. Sin embargo, a veces, es precisamente ella, la madre, quien decide y pide su eliminación, e incluso la procura. (Juan Pablo II, Evangelium vitae, 58)

Algunos intentan justificar el aborto sosteniendo que el fruto de la concepción, al menos hasta un cierto número de días, no puede ser todavía considerado una vida humana personal. En realidad, « desde el momento en que el óvulo es fecundado, se inaugura una nueva vida que no es la del padre ni la de la madre, sino la de un nuevo ser humano que se desarrolla por sí mismo. Jamás llegará a ser humano si no lo ha sido desde entonces. A esta evidencia de siempre... la genética moderna otorga una preciosa confirmación. Muestra que desde el primer instante se encuentra fijado el programa de lo que será ese viviente: una persona, un individuo con sus características ya bien determinadas. Con la fecundación inicia la aventura de una vida humana, cuyas principales capacidades requieren un tiempo para desarrollarse y poder actuar ». Aunque la presencia de un alma espiritual no puede deducirse de la observación de ningún dato experimental, las mismas conclusiones de la ciencia sobre el embrión humano ofrecen « una indicación preciosa para discernir racionalmente una presencia personal desde este primer surgir de la vida humana: ¿cómo un individuo humano podría no ser persona humana? ». (Juan Pablo II, Evangelium vitae, 60)

La disciplina canónica de la Iglesia, desde los primeros siglos, ha castigado con sanciones penales a quienes se manchaban con la culpa del aborto y esta praxis, con penas más o menos graves, ha sido ratificada en los diversos períodos históricos. El Código de Derecho Canónico de 1917 establecía para el aborto la pena de excomunión. También la nueva legislación canónica se sitúa en esta dirección cuando sanciona que « quien procura el aborto, si éste se produce, incurre en excomunión latae sententiae », es decir, automática. La excomunión afecta a todos los que cometen este delito conociendo la pena, incluidos también aquellos cómplices sin cuya cooperación el delito no se hubiera producido: con esta reiterada sanción, la Iglesia señala este delito como uno de los más graves y peligrosos, alentando así a quien lo comete a buscar solícitamente el camino de la conversión. En efecto, en la Iglesia la pena de excomunión tiene como fin hacer plenamente conscientes de la gravedad de un cierto pecado y favorecer, por tanto, una adecuada conversión y penitencia.

… declaro que el aborto directo, es decir, querido como fin o como medio, es siempre un desorden moral grave, en cuanto eliminación deliberada de un ser humano inocente. Esta doctrina se fundamenta en la ley natural y en la Palabra de Dios escrita; es transmitida por la Tradición de la Iglesia y enseñada por el Magisterio ordinario y universal.

Ninguna circunstancia, ninguna finalidad, ninguna ley del mundo podrá jamás hacer lícito un acto que es intrínsecamente ilícito, por ser contrario a la Ley de Dios, escrita en el corazón de cada hombre, reconocible por la misma razón, y proclamada por la Iglesia. (Juan Pablo II, Evangelium vitae, 62)


Gente a favor de la vida y en contra del aborto



Chespirito

J. Nicholson

Para nuestra reflexión

1. Escriba argumentos a favor del aborto.
2. Escriba argumentos en contra del aborto.
3. ¿Qué tipo de ayuda necesitan las jóvenes que piensan en abortar a sus hijos? Explique.
4. ¿Por qué es importante el debate sobre el comienzo de la vida humana? Explique.
5. ¿Cuál es el cambio más beneficioso en el cerebro de la mujer embarazada? Explique.
6. Comente las intervenciones de sus compañeros.


lunes, 14 de octubre de 2013

La precariedad de la razón natural y el don de la fe

La razón natural orientada a la búsqueda de la verdad sufre muchas vicisitudes antes de lograr su cometido, y, aun así, en muchas ocasiones sólo logra aproximaciones; la historia de la ciencia y la historia de la filosofía, por ejemplo, dan testimonio de todo esto.

La fe, comparada comúnmente con la luz, llega a auxiliarnos en nuestra búsqueda constante de la verdad. La fe, en cuanto contenido, es verdad y goza de la autoridad divina como garante. La fe, en cuanto acto personal, de aceptación o rechazo, goza de una fuerte carga subjetiva.







Ideas y creencias

Esas ideas que son, de verdad, "creencias" constituyen el continente de nuestra vida y, por ello, no tienen el carácter de contenidos particulares dentro de ésta. Cabe decir que no son ideas que tenemos, sino ideas que somos. Más aún: precisamente porque son creencias radicalísimas se confunden para nosotros con la realidad misma —son nuestro mundo y nuestro ser—, pierden, por tanto, el carácter de ideas, de pensamientos nuestros que podían muy bien no habérsenos ocurrido.

http://cibernous.com/autores/ogasset/textos/ic.html

La voz del magisterio de la Iglesia

La fe y la razón (Fides et ratio) son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad.

http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/encyclicals/documents/hf_jp-ii_enc_14091998_fides-et-ratio_sp.html


La luz del amor, propia de la fe, puede iluminar los interrogantes de nuestro tiempo en cuanto a la verdad. A menudo la verdad queda hoy reducida a la autenticidad subjetiva del individuo, válida sólo para la vida de cada uno. Una verdad común nos da miedo, porque la identificamos con la imposición intransigente de los totalitarismos.

http://www.vatican.va/holy_father/francesco/encyclicals/documents/papa-francesco_20130629_enciclica-lumen-fidei_sp.html


Razón y fe o “el payaso de la aldea en llamas”
Quien intente hoy día hablar del problema de la fe cristiana a los hombres que ni por vocación ni por convicción se hallan dentro de la temática eclesial, notará al punto la ardua dificultad de tal empresa. Probablemente tendrá en seguida la impresión de que su situación ha sido descrita con bastante acierto en la conocida narración parabólica de Kierkegaard sobre el payaso de la aldea en llamas, narración que Harvey Cox ha resumido brevemente en su libro La ciudad secular. El relato cuenta cómo un circo de Dinamarca fue presa de las llamas. El director del circo envió a un payaso, que ya estaba preparado para actuar, a la aldea vecina para pedir auxilio, ya que existía el peligro de que las llamas se extendiesen incluso hasta la aldea, arrastrando a su paso los campos secos y toda la cosecha. El payaso corrió a la aldea y pidió a sus habitantes que fuesen con la mayor urgencia al circo para extinguir el fuego. Pero los aldeanos creyeron que se trataba solamente de un excelente truco ideado para que en gran número asistiesen a la función; aplaudieron y hasta lloraron de risa. Pero al payaso le daban más ganas de llorar que de reír. En vano trataba de persuadirlos y de explicarles que no se trataba ni de un truco ni de una broma, que la cosa había que tomarla en serio y que el circo estaba ardiendo realmente. Sus súplicas no hicieron sino aumentar las carcajadas; creían los aldeanos que había desempeñado su papel de maravilla, hasta que por fin las llamas llegaron a la aldea. La ayuda llegó demasiado tarde, y tanto el circo como la aldea fueron consumidos por las llamas.
Con esta narración ilustra Cox la situación de los teólogos modernos, y ve en el payaso, que no puede conseguir que los hombres escuchen su mensaje, una imagen del teólogo a quien no se le toma en serio si viste los atuendos de un payaso de la edad media o de cualquier otra época pasada. Ya puede decir lo que quiera, lleva siempre la etiqueta del papel que desempeña. Y, aunque se esfuerce por presentarse con toda seriedad, se sabe de antemano lo que es: un payaso. Se conoce lo que dice y se sabe también que sus ideas no tienen nada que ver con la realidad. Se le puede escuchar confiado, sin temor al peligro de tener que preocuparse seriamente por algo. Sin duda alguna, en esta imagen puede contemplarse la situación en que se encuentra el pensamiento teológico actual: en la agobiante imposibilidad de romper las formas fijas del pensamiento y del lenguaje, y en la de hacer ver que la teología es algo sumamente serio en la vida de los hombres.
Pero quizá debamos sondear las conciencias de modo más radical. Quizá la irritante imagen que hemos pintado, aun conteniendo parte de verdad y cosas que han de tenerse muy en cuenta, simplifique las cosas, ya que da la impresión de que el payaso, es decir, el teólogo que todo lo sabe, llega a nosotros con un mensaje bien definido. Los aldeanos a los que se dirige, es decir, los que no creen, serían, por el contrario, los que no saben nada, los que deben ser instruidos en todo. En ese caso, el payaso tendría solamente que quitarse sus vestiduras y lavarse para que todo se arreglase. Pero ¿puede resolverse el problema tan fácilmente? ¿Basta que realicemos el aggiornamento, que nos lavemos y que, vestidos de paisano, presentemos en lenguaje profano un cristianismo arreligioso para que todo se arregle? ¿Es suficiente mudar espiritualmente los vestidos para que los hombres vengan a ayudarnos a extinguir el fuego que, según predica el teólogo, existe y constituye un peligro para nosotros?

Introducción al cristianismo

La dicha de Hans


http://desdecapellania.blogspot.com/2011/09/la-dicha-de-hans-hans-con-suerte.html?spref=bl


Cruzando el Umbral de la Esperanza 



¿Hay de verdad un Dios en el cielo?

Su pregunta se refiere, a fin de cuentas, a la distinción pascaliana entre el Absoluto, es decir, el Dios de los filósofos (los libertins racionalistas), y el Dios de Jesucristo y, antes, el Dios de los patriarcas, desde Abraham a Moisés. Solamente este segundo es el Dios vivo. El primero es fruto del pensamiento humano, de la especulación humana, que, sin embargo, está en condiciones de poder decir algo válido sobre Él…

Santo Tomás, en cambio, no abandona la vía de los filósofos. Inicia la Summa Theologiae con la pregunta: An Deus sit?, («¿Dios existe?», cfr. I, q. 2, a. 3). La misma pregunta que usted me hace. Esa pregunta ha demostrado ser muy útil. No solamente ha creado la teodicea, sino que toda la civilización occidental, que es considerada como la más desarrollada, ha seguido acorde con esta pregunta…


Pruebas, pero ¿Todavía son válidas?

Diría que hoy más que nunca; por supuesto, más que en otras épocas, incluso recientes. La mentalidad positivista, que se desarrolló con mucha fuerza entre los siglos XIX Y XX, hoy va, en cierto sentido, de retirada. El hombre contemporáneo está redescubriendo lo sacrum, si bien no siempre sabe llamarlo por su nombre…

Nadie, por otra parte, se sorprende por el hecho de que el conocimiento humano sea, inicialmente, un conocimiento sensorial. Ningún clásico de la filosofía, ni Platón ni Aristóteles, lo ponía en duda. El realismo cognoscitivo, tanto el llamado realismo ingenuo como el realismo crítico, afirma unánimemente que nihil est in intellectu, quod prius non fuerit in sensu («nada está en el intelecto que no haya estado antes en el sentido»). Sin embargo, los límites de tal sensus no son exclusivamente sensoriales. Sabemos, efectivamente, que el hombre conoce no sólo los colores, los sonidos o las formas, sino que conoce los objetos globalmente; por ejemplo, no conoce sólo un conjunto de cualidades referentes al objeto «hombre», sino que también conoce al hombre en sí mismo (sí, al hombre como persona). Conoce, por tanto, verdades extrasensoriales o, en otras palabras, transempíricas. No se puede tampoco afirmar que lo que es transempírico deje de ser empírico…


Si [Dios] existe, ¿por qué se esconde?

Pienso que las preguntas que usted plantea -y que, por otra parte, son las de tantos otros- no se refieren ni a santo Tomás ni a san Agustín, ni a toda la gran tradición judeocristiana. Me parece que apuntan más bien hacia otro terreno, el puramente racionalista, que es propio de la filosofía moderna, cuya historia se inicia con , quien, por así decirlo, desgajó el pensar del existir y lo identificó con la razón misma: Cogito, ergo sum («Pienso, luego existo»)…


Dios es amor. Entonces, ¿por qué hay tanto mal?

Dios ha creado al hombre racional y libre y, por eso mismo, se ha sometido a su juicio. La historia de la salvación es también la historia del juicio constante del hombre sobre Dios. No se trata sólo de interrogantes, de dudas, sino de un verdadero juicio. En parte, el veterotestamentario Libro de Job es el paradigma de este juicio. A eso se añade la intervención del espíritu maligno que, con perspicacia aún mayor, está dispuesto a juzgar no sólo al hombre, sino también la acción de Dios en la historia del hombre. Esto queda confirmado en el mismo Libro de Job…


¿Impotencia Divina?

Sí, en cierto sentido se puede decir que frente a la libertad humana Dios ha querido hacerse «impotente». Y puede decirse asimismo que Dios está pagando por este gran don que ha concedido a un ser creado por Él «a Su imagen y semejanza» (cfr. Juan 1,26). Él permanece coherente ante un don semejante; y por eso se presenta hombre, ante un tribunal usurpador que lanza preguntas provocativas: « ¿Qué es la verdad? (18,38) »…


¿Por qué tantas religiones?

El Concilio recuerda que «la Iglesia católica no rechaza nada de cuanto hay de verdadero y santo en estas religiones. Considera con sincero respeto esos modos de obrar y de vivir, esos preceptos y esas doctrinas que si bien en muchos puntos difieren de lo que ella cree y propone, no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres. Pero Ella anuncia y tiene la obligación de anunciar a Cristo, que es camino, verdad y vida» (Juan 14,6), en quien los hombres deben encontrar la plenitud de la vida religiosa y en quien Dios ha reconciliado Consigo mismo todas las cosas» (Nostra aetate, 2).

Las palabras del Concilio nos llevan a la convicción, desde hace tanto tiempo enraizada en la tradición, de la existencia de los llamados semina Verbi («semillas del Verbo»), presentes en todas las religiones. Consciente de eso, la Iglesia procura reconocerlos en estas grandes tradiciones del Extremo Oriente, para trazar, sobre el fondo de las necesidades del mundo contemporáneo, una especie de camino común…


Pero, ¿Para qué sirve creer?

A una pregunta semejante se podría responder muy brevemente: la utilidad de la fe no es comparable con bien alguno, ni siquiera con los bienes de naturaleza moral. La Iglesia no ha negado nunca que también un hombre no creyente pueda realizar acciones honestas y nobles. Cada uno, por otra parte, se convence fácilmente de eso. El valor de la fe no se puede explicar solamente con su utilidad para la moral humana, aunque la misma fe suponga la más profunda motivación de la moral…



Actividades:

Desde la perspectiva de razón y fe, seleccione dos preguntas de las planteadas en el libro "Cruzando del umbral de la esperanza" y analice: a) los elementos racionales de la respuesta; y, b) los elementos propios de la fe, de la respuesta. Además, comente las intervenciones de sus compañeros.


jueves, 18 de julio de 2013

Ciencia, razón y fe

El despertar de la ciencia

Entre la ciencia y la filosofía parece haber habido, al menos en Grecia, una sucesión bastante ordenada de hegemonías. A la distancia de los siglos parece como si ambas hubieran respetado en discreto silencio el momento de gloria de la otra. Mientras Atenas bullía de filósofos, la ciencia parecía esperar agazapada su oportunidad. Frente a las grandes personalidades que podía exhibir la antropología y la metafísica, las de la medicina y la física eran marginales, más promesas que realidades. Pero el péndulo de la historia terminó por completar su vuelta, y si los siglos V y IV habían sido de la filosofía, los siglos III y II tuvieron una nueva reina. Las disputas filosóficas adoptaron un tono menor, reduciendo sus intereses a la ética, y la ciencia despertó de su letargo para comenzar a ocupar buena parte del escenario cultural de la época.

Estratón, el tercer director del Liceo, continuó la tradición de investigación según el molde aristotélico, pero no ya en Atenas. A la muerte de Alejandro Magno, uno de sus generales, Ptolomeo, se estableció en Alejandría, donde fundó una nueva dinastía. Ptolomeo era hombre culto y refinado; sabía en qué consistía la superioridad de los griegos y mostró un aprecio especial por la cultura. Bajo su amparo, el pensamiento, la poesía y las ciencias tuvieron un financiamiento del que nunca antes habían gozado.

Lo mismo hicieron sus sucesores, que no sólo embellecieron Alejandría con su faro, la luminosa torre de mármol blanco que orientaba la navegación en sus costas, y que los antiguos incluyeron entre las siete maravillas del mundo. También se preocuparon de hacer de su ciudad una nueva Atenas. El mismo Ptolomeo I mandó llamar a Estratón a Alejandría. Con él se trasladó lo mejor de la vida cultural del Liceo, y Atenas perdió para siempre la supremacía cultural que durante siglos la había acompañado.
El Museo de Alejandría, como se llamó el nuevo centro, fue una institución asombrosa para su época. En él se pretendía gestionar el patrimonio cultural de la humanidad, y ello implicaba reunir todas las huellas escritas de la cultura. El Museo llegó a tener una biblioteca de más de medio millón de ejemplares; contaba con salas de lectura y de estudio, centros de investigación biológica, un observatorio astronómico, un zoológico, y un jardín botánico…


La tecnología y la Edad Media

Todavía se cree que la Edad Media pasó estancada en el atraso, y atrapada en una oscuridad mental promovida por la  Iglesia.  Se imagina, pensando en ella, escenas milenarias: paisajes con molinos, campesinos arando tras sus caballos, hilanderas en la rueca - nada que cambiase por siglos. Irónicamente, esas escenas mentales son exponentes de cambios radicales llevados a cabo en la Edad Media. A nuestros ojos, los instrumentos y útiles medievales parecen toscos y bucólicos, sin metales brillantes, luces de colores, o silbidos especializados, así que no los reconocemos por las innovaciones tecnológicas que son.

Los molinos no estaban allí para decorar el paisaje románticamente; eran máquinas, impulsadas por agua o viento (y a veces mareas), que molían grano, tamizaban harina,  curtían cuero, prensaban uvas y aceitunas,  bateaban paño, y trabajaban hierro, labores que en la Edad Clásica se asignaba a esclavos. Para usar mejor los molinos, se inventó un sistema de protusiones del eje de las ruedas para convertir el movimiento circular en un vaivén vertical, usado para  labores como curtir cuero o trabajar hierro. También se usó ese movimiento vertical para impulsar  grandes fuelles que permitían subir la temperatura de las forjas hasta conseguir el hierro. Cuando de Oriente les llegó el secreto de la fabricación del papel, lo produjeron en masa en sus molinos,  y en pocos  años pudieron el papel reemplazó al pergamino.

El campesino medieval solo pudo poner caballos a tirar del arado - reemplazando al ineficiente buey - después que se  adoptó el collar que descansa en los hombros del caballo - desechando  correaje de la Edad Clásica que estrangulaba al caballo y que se adoptaron las herraduras con clavos para protegerles los cascos.

También la rueca fue un invento medieval con el que el hilado se hizo más rápido y eficiente…


El siglo XIX y el temor fáustico

Será recién en el siglo XIX que el tema de la técnica propiamente –como se conocía mayormente a todo el fenómeno tecnológico– empezará a ser objeto de una reflexión especial. Muchos pensadores han coincidido en esta evaluación. Oswald Spengler, autor del famoso ensayo La decadencia de Occidente, opinaba por ejemplo: «El problema de la técnica y de su relación con la cultura y la Historia no se plantea hasta el siglo XIX». Antes la técnica no constituía un asunto independiente y mucho menos un posible problema, y como tal no merecía una atención especial. Aparecía integrado a otras reflexiones como un componente más de la realidad.

El siglo XIX verá un cambio de esta situación. Poco a poco empezará a constituir un fenómeno singular, aislable del resto de factores de la realidad. Esta preocupación se hizo notar por ejemplo en la literatura. Johann Wolfgang Goethe (1749-1832) ensaya una reflexión a comienzos del siglo XIX. En su obra Fausto, terminada de escribir poco antes de su muerte, expresa su preocupación por la técnica. Goethe pone de manifiesto un profundo temor, que ha sido calificado como fáustico en alusión a su obra. Diversos pensadores recogerán esta aprensión fáustica.

En la segunda mitad del siglo XIX aparecerá un género de literatura que será llamado de "anticipación", por su proyección hacia el futuro. Algunos de los escritores que se aventuraron por este género se adelantaron a su tiempo con "vaticinios" que han resultado muy cercanos a la realidad. Dos casos destacados fueron el francés Julio Verne (1828-1905) y el inglés H.G. Wells (1866-1946). Esto muestra, a través de la literatura, un creciente interés por el papel e impacto de la técnica…

¿Entre tecnófilos y tecnófobos?

Las perspectivas de los analistas del fenómeno tecnológico son de todo tipo. Como hemos afirmado, algunos miran con optimismo el futuro y ven más beneficios que problemas. Otros tienen una aproximación más bien crítica con variado grado de reservas, incluso algunos con un acentuado pesimismo y hasta rechazo. Se les denomina de diversas maneras. Los nombres más comunes de las posiciones extremas son, como hemos mencionado, tecnófilos y tecnófobos. Pero no son los únicos calificativos. Algunos llaman a los primeros integrados y a los segundos apocalípticos, según una terminología que popularizó el italiano Umberto Eco en la década de los 60. En ambientes norteamericanos es frecuente escuchar hablar en una perspectiva dicotómica, no siempre precisa ni justa por aquello de polarización simplificadora, de los techies –por la adhesión a la tecnología– y de los humies –por su defensa de un tipo de humanismo–.


La dimensión antropológica y cultural de la tecnología

Conforme la tecnología adquiere más peso en la vida de las personas se han levantado numerosas preguntas sobre su capacidad de influir en el ser humano. Pero a menudo se prescinde de un aspecto fundamental. Cualquier intento por comprender lo que es la tecnología y sobre todo lo que genera en la sociedad debe partir de un hecho fundamental: la tecnología forma parte de la cultura.

Desde esta perspectiva se puede entender mejor por qué se deben considerar como insuficientes tanto las explicaciones que le otorgan vida propia, como las que reducen a la tecnología a un mero instrumento. Los extremos resultan en esto reductivos e incompletos para explicar la realidad. La tecnología tiene algo de autónoma, como tiene también algo de instrumental. Esa autonomía está sujeta a otros factores que están más allá de la mera tecnología, y es ciertamente más que un instrumento. Esto nos lleva a la idea que la persona se hace de lo que es la tecnología y el papel que ocupa en su existencia, y para ello se debe acudir a la pregunta por la dimensión cultural de la tecnología.

A lo largo de la historia se ha utilizado la tecnología como una metáfora o figura para explicar la realidad. Así, por ejemplo, los griegos usaron imágenes tomadas de la alfarería para presentar el universo. Santo Tomás de Aquino comparaba a Dios con un artesano. Después se tomará la figura del reloj mecánico para explicar los movimientos regulares de las esferas celestes y también para graficar la acción creadora de Dios. En 1377 el científico y filósofo francés Nicole d´Oresme acuñó la expresión: "el universo como mecanismo de relojería". La llamada edad moderna mantendrá y difundirá esta imagen del reloj. También la máquina de vapor ha sido usada como figura. Hoy en día la computadora está sirviendo de la misma manera como una metáfora para diversas explicaciones de la realidad. Es común oír hablar en diversos campos como la sicología, la lingüística, la sociología, la economía, de input y output, de descodificación. Se escuchan también a menudo expresiones como "procesar" una determinada información, "programar", "retroalimentar".

http://www.conocereisdeverdad.org/website/index.php?id=2280

Somos libres para pensar por cuenta propia. Pero, ¿tenemos el valor de hacerlo de verdad? ¿O estamos más bien, acostumbrados a repetir lo que dicen los periódicos y revistas, la televisión, la radio, lo que leemos en internet o lo aseverado por alguna persona, más o menos interesante, con la que nos cruzamos por la calle? ¿Estamos dispuestos, en definitiva, a ser o llegar a ser “filósofos”, a entusiasmarnos con la realidad y buscar el sentido último de nuestra vida? El Papa Juan Pablo II afirma algo que parece atrevido a primera vista: «Cada hombre es, en cierto modo, filósofo y posee concepciones filosóficas con las cuales orienta su vida». (Jutta Burggraf)

Los límites del lenguaje científico

El «cientificismo», entendido como una distorsión ideológica crecida en el cuerpo de la ciencia activa, ha adoptado formas diversas… La actitud de muchos científicos ha sido defender que el único lenguaje relevante fuese el científico, y esto -en mi opinión- es un reduccionismo metodológico. El «cientificismo», presumiendo que un hecho puede ser descrito de un solo modo -el físico-, señala que los límites de la ciencia son sencillamente los límites humanos de la capacidad de conocer el mundo…

Si hiciésemos una encuesta por la calle, y, por lo tanto, al hombre de la calle, sobre si existe algún tipo de incompatibilidad entre la ciencia y la religión, creo que el sí obtendría una mayoría abrumadora. Y, seguramente, si preguntásemos por qué creen eso, nos dirían que porque casi todos los científicos son ateos. Y lo segundo es casi tan falso como lo primero.

Hace unos meses, el sociobiólogo E. O. Wilson, famoso por sus estudios sobre el comportamiento comunitario de las hormigas y por afirmar con contundencia que sólo somos simios dotados de conciencia, publicaba su libro ´La creación´. Pero la noticia llamativa es que ahora ha decidido reunirse con diferentes líderes religiosos para trabajar conjuntamente por la preservación de la naturaleza y la concienciación ecológica, pues piensa que la religión y la ciencia son los dos grandes motores de la humanidad. También el conocido matemático de Oxford, Roger Penrose (´El camino a la realidad´), en una reciente entrevista en ´XL Semanal´, además de reconocer con sinceridad las limitaciones actuales de la ciencia y sus discrepancias con teorías como los universos paralelos o la mecánica cuántica, mostraba su respeto por lo religioso y no descartaba la posibilidad de una colaboración entre ciencia y religión. Para algunos científicos parece que comienza a no ser tabú ni vergonzante hablar de religión. Y no sólo eso, algunos hasta se atreven a manifestar su aprecio por lo espiritual, aunque sólo sea en un sentido genérico en consonancia con las corrientes orientalistas y místicas tan de moda ahora en el mundo occidental…


«El ateísmo es el verdadero engaño»

John Lennox, matemático de Oxford: «Cuanto más comprendo la ciencia, más creo en Dios»

Diálogo entre fe y razón

El encuentro del mensaje evangélico con el pensamiento filosófico de la antigüedad fue un momento decisivo para que el Evangelio llegase a todos los pueblos, y favoreció una fecunda interacción entre la fe y la razón, que se ha ido desarrollando a lo largo de los siglos hasta nuestros días. El beato Juan Pablo II, en su Carta encíclica Fides et ratio, ha mostrado cómo la fe y la razón se refuerzan mutuamente. Cuando encontramos la luz plena del amor de Jesús, nos damos cuenta de que en cualquier amor nuestro hay ya un tenue reflejo de aquella luz y percibimos cuál es su meta última…

En la vida de san Agustín encontramos un ejemplo significativo de este camino en el que la búsqueda de la razón, con su deseo de verdad y claridad, se ha integrado en el horizonte de la fe, del que ha recibido una nueva inteligencia. Por una parte, san Agustín acepta la filosofía griega de la luz con su insistencia en la visión. Su encuentro con el neoplatonismo le había permitido conocer el paradigma de la luz, que desciende de lo alto para iluminar las cosas, y constituye así un símbolo de Dios. De este modo, san Agustín comprendió la trascendencia divina, y descubrió que todas las cosas tienen en sí una transparencia que pueden reflejar la bondad de Dios, el Bien. Así se desprendió del maniqueísmo en que estaba instalado y que le llevaba a pensar que el mal y el bien luchan continuamente entre sí, confundiéndose y mezclándose sin contornos claros. Comprender que Dios es luz dio a su existencia una nueva orientación, le permitió reconocer el mal que había cometido y volverse al bien…

De todas formas, este encuentro con el Dios de la Palabra no hizo que san Agustín prescindiese de la luz y la visión. Integró ambas perspectivas, guiado siempre por la revelación del amor de Dios en Jesús. Y así, elaboró una filosofía de la luz que integra la reciprocidad propia de la palabra y da espacio a la libertad de la mirada frente a la luz. Igual que la palabra requiere una respuesta libre, así la luz tiene como respuesta una imagen que la refleja. San Agustín, asociando escucha y visión, puede hablar entonces de la « palabra que resplandece dentro del hombre ». De este modo, la luz se convierte, por así decirlo, en la luz de una palabra, porque es la luz de un Rostro personal, una luz que, alumbrándonos, nos llama y quiere reflejarse en nuestro rostro para resplandecer desde dentro de nosotros mismos. Por otra parte, el deseo de la visión global, y no sólo de los fragmentos de la historia, sigue presente y se cumplirá al final, cuando el hombre, como dice el Santo de Hipona, verá y amará. Y esto, no porque sea capaz de tener toda la luz, que será siempre inabarcable, sino porque entrará por completo en la luz.

La luz del amor, propia de la fe, puede iluminar los interrogantes de nuestro tiempo en cuanto a la verdad. A menudo la verdad queda hoy reducida a la autenticidad subjetiva del individuo, válida sólo para la vida de cada uno. Una verdad común nos da miedo, porque la identificamos con la imposición intransigente de los totalitarismos. Sin embargo, si es la verdad del amor, si es la verdad que se desvela en el encuentro personal con el Otro y con los otros, entonces se libera de su clausura en el ámbito privado para formar parte del bien común. La verdad de un amor no se impone con la violencia, no aplasta a la persona. Naciendo del amor puede llegar al corazón, al centro personal de cada hombre. Se ve claro así que la fe no es intransigente, sino que crece en la convivencia que respeta al otro. El creyente no es arrogante; al contrario, la verdad le hace humilde, sabiendo que, más que poseerla él, es ella la que le abraza y le posee. En lugar de hacernos intolerantes, la seguridad de la fe nos pone en camino y hace posible el testimonio y el diálogo con todos.

Por otra parte, la luz de la fe, unida a la verdad del amor, no es ajena al mundo material, porque el amor se vive siempre en cuerpo y alma; la luz de la fe es una luz encarnada, que procede de la vida luminosa de Jesús. Ilumina incluso la materia, confía en su ordenamiento, sabe que en ella se abre un camino de armonía y de comprensión cada vez más amplio. La mirada de la ciencia se beneficia así de la fe: ésta invita al científico a estar abierto a la realidad, en toda su riqueza inagotable. La fe despierta el sentido crítico, en cuanto que no permite que la investigación se conforme con sus fórmulas y la ayuda a darse cuenta de que la naturaleza no se reduce a ellas. Invitando a maravillarse ante el misterio de la creación, la fe ensancha los horizontes de la razón para iluminar mejor el mundo que se presenta a los estudios de la ciencia. (Papa Francisco, Lumen fidei, 32-34 )





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1. Comente: "La tecnología se usa, los animales se quieren y las personas se aman".
2. ¿La tecnología es ambigua? Ilustre con un ejemplo.
3. Describa "una mentalidad tecnologista".
4. ¿Cuál es la principal diferencia entre cientificismo y pluralismo realista? Explique.
5. ¿Cómo enfrenta la ciencia el determinismo? Explique.
6. ¿Qué le impide a un científico ser ateo? Explique.
7. Comente: http://www.youtube.com/watch?v=tqIQPtqCBQA 
8. Comente las intervenciones de sus compañeros.

jueves, 30 de mayo de 2013

Problema de la posibilidad del conocimiento



Anécdota: Le habían enseñado a pensar

Sir Ernest Rutherford, presidente de la Sociedad Real Británica y Premio Nobel de Química en 1908, contaba la siguiente anécdota:

Hace,algún tiempo, recibí aviso de un colega. Estaba a punto de poner un cero a un estudiante por la respuesta que había dado en un problema de física, pese a que éste afirmaba con rotundidad que su respuesta era absolutamente acertada. Profesores y estudiantes acordaron pedir arbitraje de alguien imparcial y fui elegido yo. Leí la pregunta del examen y decía: Demuestre cómo es posible determinar la altura de un edificio con la ayuda de un barómetro... 


El fenómeno del conocimiento

En el conocimiento se hallan frente a frente la conciencia y el objeto, el sujeto y el objeto. El conocimiento se presenta como una relación entre estos dos miembros, que permanecen en ella eternamente separados el uno del otro. El dualismo de sujeto y objeto pertenece a la esencia del conocimiento.

La relación entre los dos miembros es a la vez una correlación. El sujeto sólo es sujeto para un objeto y el objeto sólo es objeto para un sujeto. Ambos sólo son lo que son en cuanto son para el otro. Pero esta correlación no es reversible. Ser sujeto es algo completamente distinto que ser objeto. La función del sujeto consiste en aprehender el objeto, la del objeto en ser aprehensible y aprehendido por el sujeto.

Vista desde el sujeto, esta aprehensión se presenta como una salida del sujeto fuera de su propia esfera, una invasión en la esfera del objeto y una captura de las propiedades de éste. El objeto no es arrastrado, empero, dentro de la esfera del sujeto, sino que permanece trascendente a él. No en el objeto, sino en el sujeto, cambia algo por obra de la función de conocimiento. En el sujeto surge una cosa que contiene las propiedades del objeto, surge una "imagen" del objeto.

Visto desde el objeto, el conocimiento se presenta como una transferencia de las propiedades del objeto al sujeto. Al trascender del sujeto a la esfera del objeto corresponde un trascender del objeto a la esfera del sujeto. Ambos son sólo distintos aspectos del mismo acto. Pero en éste tiene el objeto el predominio sobre el sujeto. El objeto es el determinante, el sujeto el determinado. El conocimiento puede definirse, por ende, como una determinación del sujeto por el objeto. Pero lo determinado no es el sujeto pura y simplemente, sino tan sólo la imagen del objeto en él. Esta imagen es objetiva, en cuanto que lleva en sí los rasgos del objeto. Siendo distinta del objeto, se halla en cierto modo entre el sujeto y el objeto. Constituye el instrumento mediante el cual la conciencia cognoscente aprehende su objeto.

Puesto que el conocimiento es una determinación del sujeto por el objeto, queda dicho que el sujeto se conduce receptivamente frente al objeto. Esta receptividad no significa, empero, pasividad. Por el contrario, puede hablarse de una actividad y espontaneidad del sujeto en el conocimiento. Ésta no se refiere, sin embargo, al objeto, sino a la imagen del objeto, en que la conciencia puede muy bien tener parte, contribuyendo a engendrarla. La receptividad frente al objeto y la espontaneidad frente a la imagen del objeto en el sujeto son perfectamente compatibles.
Johannes Hessen, Teoría del conocimiento



¿Es posible conocer la verdad?

Ser Filósofo, se ha dicho a veces, consiste en no dar nada por supuesto. Todos los seres humanos, incluidos los filósofos, habitan el mismo mundo -un mundo que alberga estrellas, montañas, árboles, palomas-, pero los filósofos, o cuando menos algunos de ellos, se empeñan en preguntar si tal mundo «realmente existe», y caso de existir qué, o quién, nos lo garantiza. Los órganos de los sentidos no son siempre de fiar. Tampoco lo son los vecinos, ni las autoridades más respetables. Puesto que ni la razón ni la imaginación nos sacan de apuros, se ha apelado en ocasiones a Dios como garantía de toda existencia. Pero si no hay que dar nada por supuesto, cabe preguntar por qué se da por supuesto nada menos que el Alfa y el Omega.

Se alegará que Dios es un caso excepcional en virtud de que su existencia es necesaria. Pero el alegato es debatible, y como todo lo que no cabe demostrar sin lugar a dudas, no se puede dar por supuesto lo que presupone. Los filósofos no suelen arredrarse ante estas dificultades. Una posible reacción a ellas es la siguiente: supuesto que no haya que dar nada por supuesto, ¿no damos por supuesto justa y precisamente que no hay que dar nada por supuesto? Pero, ¿qué ocurre cuando así se discurre? Por lo pronto, que lo discurre alguien, o algo, pero aun si no hay nadie, ni nada, que tal haga, sigue habiendo un discurrir, o un pensar. Algo permanece, pues, en medio del universal naufragio existencial. Mientras tenía lugar la pregunta acerca de si había realmente estrellas, montañas, árboles o palomas, se estaba pensando en ellos. Esas dudosas entidades pueden no existir realmente, pero existen como pensamientos. Por fin parece haberse topado con algo fiable: el pensar.

Lo malo es que el pensar -caso que sepamos en qué consiste- lleva de un pensamiento a otro, pero ahí se queda. Las estrellas y las montañas siguen siendo «algo» acerca de lo cual cabe preguntar si «realmente existe». De la montaña pensada a la real no hay sólo un gran trecho: hay un abismo, al parecer infranqueable. Por más que le demos vueltas a la montaña pensando en ella, no podremos todavía asegurar que existe. Al no dar nada por supuesto, habremos salvado el pensar -o, en todo caso, una «actitud intencional»-, pero eso es todo. Imaginamos por un momento que el pensar podría servir de punto de partida, y descubrimos que si lo es, se asemeja sospechosamente a uno de llegada. El mundo sigue sin aparecer por ninguna parte. Para llegar a él hay que retrotraerse al momento en que se había empezado por no dar nada por supuesto y advertir que se estaba ya in medias res -que las res, las cosas, «la realidad» es donde está todo, incluyendo el pensar.

Tantas lucubraciones en vano. No valía la pena dárselas de filósofo para arribar al mismo punto donde todos, filósofos o no, estamos. Todos estamos en un mundo que alberga muchas cosas -estrellas, montañas, árboles, palomas, y nosotros mismos-. No necesitamos ni siquiera una garantía de que el mundo existe. Más que escapársenos de las manos, en el curso de excogitaciones filosóficas, el mundo nos acosa, persigue, y hasta agobia.
José Ferrater Mora, Fundamentos de filosofía



I. ¿Puede el sujeto aprehender realmente el objeto? Esta es la cuestión de la posibilidad del conocimiento humano. (Johannes Hessen)

Este problema admite varias soluciones:

1. Dogmatismo

Como actitud del hombre ingenuo, el dogmatismo es la posición primera y más antigua, tanto psicológica como históricamente. En el periodo originario de la filosofía griega domina de un modo casi general. Las reflexiones epistemológicas no aparecen, en general, entre los presocráticos (los filósofos jonios de la naturaleza, los eleáticos, Heráclito, los pitagóricos). Estos pensadores se hallan animados todavía por una confianza ingenua en la capacidad de la razón humana. Vueltos por entero hacia el ser, hacia la naturaleza, no sienten que el conocimiento mismo es un problema. Este problema se plantea con los sofistas.
El dogmatismo es para Kant la posición que cultiva la metafísica sin haber examinado antes la capacidad de la razón humana para tal cultivo. En este sentido, los sistemas prekantianos de la filosofía moderna son, en efecto, dogmáticos. Pero esto no quiere decir que en ellos falte aún toda reflexión epistemológica y todavía no se sienta el problema del conocimiento. Las discusiones epistemológicas en Descartes y Leibniz prueban que no ocurre así.
Johannes Hessen, Teoría del conocimiento



Puesto que se da una plena correlación entre la apertura del ser al sujeto cognoscente y el dinamismo cognoscitivo, la adquisición de la verdad se realiza con plena certeza, es decir, sin que se dé la posibilidad de error siempre y cuando la facultad cognoscitiva actúe correctamente. Con esta tesis el dogmatismo se opone al escepticismo. Para el dogmático, el estado natural, propio de la razón humana es la verdad; el error es un «cuerpo extraño» que necesita de explicación; en el dogmatismo el problema no es lo verdadero, sino lo falso. Y esta certeza de verdad se adquiere por la razón de modo espontáneo, como derivada de la misma estructura y naturaleza de la facultad cognoscitiva; el juego libre, natural y espontáneo de sus facultades cognoscitivas lleva al hombre a la adquisición firme y segura de la verdad. Con esto, el dogmatismo se opone al criticismo, para el que la primera misión de la razón es hacer un análisis detenido de su propio poder y límites.

Psicológicamente, el dogmático, en virtud de esta firme creencia en la capacidad adquisitiva de la verdad, tiende a mantener sus tesis con todo rigorismo, estando, en consecuencia, poco abierto al diálogo, en cuanto éste es una comunicación viva entre el tú y el yo; este sentido es el que, en el lenguaje común, se suele asignar al término dogmatismo.

El dogmatismo exagerado o ingenuo debe ser sustituido por un dogmatismo moderado, en el que se presenta como problema la capacidad de la razón para adquirir la verdad, para captar el ser, pero en el que la solución, frente a la corriente general del pensamiento moderno, es positiva, aceptando, con ciertas limitaciones, la aptitud de nuestras facultades cognoscitivas para la verdad; nos hallamos ante un uso válido, pero controlado de la razón.


2. Escepticismo

Según el escepticismo, el sujeto no puede aprehender el objeto. El conocimiento, en el sentido de una aprehensión real del objeto, es imposible según él. Por eso no debemos pronunciar ningún juicio, sino abstenernos totalmente de juzgar.

Mientras el dogmatismo desconoce en cierto modo el sujeto, el escepticismo no ve el objeto. Su vista se fija tan exclusivamente en el sujeto, en la función del conocimiento, que ignora por completo la significación del objeto. Su atención se dirige íntegramente a los factores subjetivos del conocimiento humano. Observa cómo todo conocimiento está influido por la índole del sujeto y de sus órganos de conocimiento, así como por circunstancias exteriores (medio, círculo cultural). De este modo escapa a su vista el objeto, que es, sin embargo, tan necesario para que tenga lugar el conocimiento, puesto que éste representa una relación entre un sujeto y un objeto.

El escepticismo se encuentra, ante todo, en la Antigüedad. Su fundador es Pirrón de Elis (360‐270). Según él, no se llega a un contacto del sujeto y el objeto. A la conciencia cognoscente le es imposible aprehender su objeto. No hay conocimiento. De dos juicios contradictorios el uno es, por ende, tan exactamente verdadero como el otro. Esto significa una negación de las leyes lógicas del pensamiento, en especial del principio de contradicción. Como no hay conocimiento ni juicio verdadero, Pirrón recomienda la abstención de todo juicio, la έποχή.
Johannes Hessen, Teoría del conocimiento



Filosóficamente significa una actitud de pensamiento, opuesta al dogmatismo, por la cual, después de haber examinado todo, se concluye en una epojé o abstención de juicio, bajo la cual sublate el principio de la incapacidad del hombre para alcanzar la verdad.

El mayor representante del e. moderno es David Hume (1711-1776; v.); su investigación se centra en la naturaleza humana, que fundamentalmente es instinto. La razón es la que aclara los datos de los instintos haciendo ver que lo que creemos ser objetivo y real, es solamente instintivo y subjetivo. Pero esa misma razón, es solamente una forma de instinto, pero reflexivo, por lo cual juzga, discrimina, pero de una manera natural, sin saber el fundamento de sus aserciones. Así, pues, el conocimiento humano surge de dos principios: de las percepciones y del instinto.

El conocimiento queda recluido en la pura subjetividad empírica, sin conexión con lo en-sí, con lo externo, que permanece desconocido. Se trata, pues, de un escepticismo integral basado en el subjetivismo y en la experiencia. El influjo de Hume en el empirismo, positivismo y deísmo posteriores fue grande, además de verse su huella en todos los escepticismos que laten implícitos en muchas posiciones filosóficas subjetivistas, materialistas, etc., que niegan o la cognoscibilidad del mundo exterior o el valor de la razón humana y de la metafísica.

El escepticismo, en cuanto que es una crítica del dogmatismo, pone de relieve precisamente lo más débil de éste. En efecto, dentro del orden humano y racional, no podemos admitir sin demostración y justificación alguna una serie de principios, aceptados apriorísticamente, como punto de partida de una especulación, como es, p. ej., el valor de los sentidos y de la razón, la verdad de los primeros principios, los argumentos de credibilidad (si se trata de principios aceptados por autoridad, como es el caso de la fe religiosa). Por otro lado, el espíritu escéptico puede hacernos reflexionar sobre el valor de verdad y certeza de nuestros conocimientos: es preciso poner en juego nuestra sensibilidad y sinceridad intelectual y humana para saber valorar y distinguir lo que es dudoso, posible, probable, verosímil, cierto y evidente sin pretender marcar con el sello de la verdad absoluta a lo que meramente es probable, bien entendido que muchas veces la limitación del conocimiento humano ha de contentarse con probabilidades, en algunas ocasiones, cuando falten las certezas.


3. Subjetivismo

El escepticismo enseña que no hay ninguna verdad. El subjetivismo y el relativismo no van tan lejos. Según éstos, hay una verdad; pero esta verdad tiene una validez limitada. No hay ninguna verdad universalmente válida. El subjetivismo, como ya indica su nombre, limita la validez de la verdad al sujeto que conoce y juzga.

Al igual que el escepticismo, el subjetivismo y el relativismo se encuentran ya en la Antigüedad. Los representantes clásicos del subjetivismo son en ella los sofistas. Su tesis fundamental tiene su expresión en el conocido principio de Protágoras (siglo V a. de J.C.): Πάντων χρημàτων μέτρον άνϑωπος (el hombre es la medida de todas las cosas). Este principio del homo mensura, como se le llama abreviadamente, está formulado en el sentido de un subjetivismo individual con suma probabilidad.
Johannes Hessen, Teoría del conocimiento



Subjetivismo significa la primacía de lo que se refiere al sujeto cognoscente, el primado del yo sobre las cosas, sobre los objetos del mundo exterior. Tal es también su significado vulgar en el lenguaje ordinario actual; se dice que es «subjetiva» la actitud del que no juzga y aprecia las cosas y los acontecimientos como son en sí, sino que pretende imponer su modo peculiar de juzgarlas y apreciarlas. Así, el subjetivismo viene a ser una forma de escepticismo y de relativismo, con los mismos o parecidos defectos fundamentales de éstos, aunque tengan raíces a veces algo diferentes. Aunque es difícil dar una definición precisa que abarque todas las formas del subjetivismo, podemos considerarlo como aquella doctrina que afirma la dependencia funcional de los objetos y de los juicios de valor respecto del sujeto cognoscente. Analizando esta definición, tenemos:

1) El subjetivismo es una dependencia funcional; todo subjetivismo es, fundamentalmente, una postura gnoseológica; en la relación cognoscitiva sujeto-objeto, cabe acentuar el papel activo de uno u otro; en el primero de los casos, nos encontramos ante el subjetivismo; en el segundo, frente al objetivismo. Para el subjetivista, la primacía en el conocimiento correspondería al sujeto, y por ello puede decirse que el conocimiento depende, de modo primordial, de él; en consecuencia, también el objeto, por su menor capacidad activa en el conocimiento, queda dependiente del sujeto. Mas esta dependencia se caracteriza por su funcionalidad; es decir, que el conocimiento obtenido depende, en su estructura y contenido, de la estructura y de los contenidos del sujeto. El sujeto sería, dentro de la función, la variable independiente; el conocimiento del objeto, la variable dependiente; al variar la estructura de la primera, variará la de la segunda. La mente humana en el conocimiento especulativo se comporta como un espejo (speculum); pero, frente a la tesis objetivista, en la que la mente es siempre, universal y necesariamente, como un espejo plano, que fielmente refleja lo real, para el subjetivismo el espejo mental sería variable, ya plano, ya cóncavo, ya convexo, de forma que el objeto reflejado, es decir, conocido, depende funcionalmente de la estructura del sujeto.

2) De los objetos; esta dependencia del conocimiento respecto del sujeto puede recaer en la esfera del ser o del valer; en el primer caso estamos ante un subjetivismo ontológico, en el que es el ser, ya en su casi plena totalidad -p. ej., en el solipsismo, como se verá más adelante-, ya en un ámbito más restringido, el que se funcionaliza con relación al sujeto cognoscente.


4. Relativismo

El relativismo está emparentado con el subjetivismo. Según él, no hay tampoco ninguna verdad absoluta, ninguna verdad universalmente válida; toda verdad es relativa, tiene sólo una validez limitada. Pero mientras el subjetivismo hace depender el conocimiento humano de factores que residen en el sujeto cognoscente, el relativismo subraya la dependencia de todo conocimiento humano respecto a factores externos. Como tales considera, ante todo, la influencia del medio y del espíritu del tiempo, la pertenencia a un determinado círculo cultural y los factores determinantes contenidos en él.

El subjetivismo y el relativismo incurren en una contradicción análoga a la del escepticismo. Este juzga que no hay ninguna verdad, y se contradice a sí mismo. El subjetivismo y el relativismo juzgan que no hay ninguna verdad universalmente válida; pero también en esto hay una contradicción. Una verdad que no sea universalmente válida representa un sinsentido. La validez universal de la verdad está fundada en la esencia de la misma. La verdad significa la concordancia del juicio con la realidad objetiva. Si existe esta concordancia, no tiene sentido limitarla a un número determinado de individuos. Si existe, existe para todos. El dilema es: o el juicio es falso, y entonces no es válido para nadie, o es verdadero, y entonces es válido para todos, es universalmente válido. Quien mantenga el concepto de la verdad y afirme, sin embargo, que no hay ninguna verdad universalmente válida, se contradice, pues, a sí mismo.

El subjetivismo y el relativismo son, en el fondo, escepticismo. Pues también ellos niegan la verdad, si no directamente, como el escepticismo, indirectamente, atacando su validez universal.
Johannes Hessen, Teoría del conocimiento



El relativismo es una errónea doctrina gnoseológica según la cual no puede darse ninguna verdad absoluta, universal y necesaria, sino que la verdad hay que concebirla en virtud de un conjunto de elementos condicionantes que la harían particular y mutable. La verdad, como propiedad del juicio, habría que considerarla como una mera función, algo que dependería intrínsecamente en su validez de una variable a la que estaría condicionada. Del mismo modo que en el campo matemático carece de sentido cuestionarse por el valor absoluto de una variable dependiente dentro de una función, ya que dicho valor está condicionado por el que tome la variable independiente, de forma semejante, para el relativismo, no tiene sentido preguntarse si el juicio S es P es verdadero con carácter universal y necesario, puesto que la verdad o falsedad de ese juicio sería una variable dependiente de ciertos elementos condicionantes, de manera que dados unos determinados elementos podrá ser verdadero, dados otros distintos podrá ser falso. La verdad asume así un carácter relativo. Y en esto radica la diferencia fundamental entre relativismo y escepticismo. Para este último, la verdad absoluta existe, mas el hombre, por la deficiencia de sus facultades cognoscitivas, se ve en la imposibilidad de alcanzarla.

El escepticismo se basa en una hipovaloración de la razón o entendimiento humano. Por el contrario, el relativismo no valora en menos el intelecto humano; pero piensa que su misma estructura, así como la de la realidad, da lugar, indefectiblemente, a que el conocimiento no pueda revestirse de universalidad y necesidad, y a que quede siempre anclado en el seno de unos datos condicionantes siempre diversos y cambiantes. Si la verdad es algo condicionado como función de un elemento condicionante, según la naturaleza que se asigne a este último surgen diversos tipos de relatividad, diversas variables independientes de las que será función la verdad. Y, por tanto, diferentes tipos de relativismo.

http://www.canalsocial.net/GER/ficha_GER.asp?id=5903&cat=filosofia 


Frases relacionadas con el tema

  • Los hombres creen gustosamente aquello que se acomoda a sus deseos. Julio César (100 AC-44 AC) Emperador romano.

  • Hay mucha gente que no cree en nada, pero que tiene miedo de todo. Friedrich Hebbel (1813-1863) Poeta y dramaturgo alemán.

  • Las palabras nunca alcanzan cuando lo que hay que decir desborda el alma. Julio Cortázar (1914-1984) Escritor argentino.
  • Muchas veces las palabras que tendríamos que haber dicho no se presentan ante nuestro espíritu hasta que ya es demasiado tarde. André Gide (1859-1951) Escritor francés.
  • Pueden prohibirme seguir mi camino, pueden intentar forzar mi voluntad. Pero no pueden impedirme que, en el fondo de mi alma, elija a una o a otra. Henrik Johan Ibsen (1828-1906) Dramaturgo noruego.
  • En un bosque se bifurcaron dos caminos, y yo... Yo tomé el menos transitado. Esto marcó toda la diferencia. Robert Lee Frost (1874-1963) Poeta estadounidense.

Actividades

1. Comente la anécdota.

2. Identifique la postura gnoseológica de los autores de las frases propuestas.

3. Comente las intervenciones de sus compañeros.

4. Valore el video: http://www.youtube.com/watch?v=x0r6zAfI5WU