Anécdota: Le habían enseñado a
pensar
Sir Ernest Rutherford, presidente
de la Sociedad Real Británica y Premio Nobel de Química en 1908, contaba la
siguiente anécdota:
Hace,algún tiempo, recibí aviso
de un colega. Estaba a punto de poner un cero a un estudiante por la respuesta
que había dado en un problema de física, pese a que éste afirmaba con
rotundidad que su respuesta era absolutamente acertada. Profesores y
estudiantes acordaron pedir arbitraje de alguien imparcial y fui elegido yo.
Leí la pregunta del examen y decía: Demuestre cómo es posible determinar la
altura de un edificio con la ayuda de un barómetro...
El fenómeno del conocimiento
En el conocimiento se hallan
frente a frente la conciencia y el objeto, el sujeto y el objeto. El
conocimiento se presenta como una relación entre estos dos miembros, que
permanecen en ella eternamente separados el uno del otro. El dualismo de sujeto
y objeto pertenece a la esencia del conocimiento.
La relación entre los dos
miembros es a la vez una correlación. El sujeto sólo es sujeto para un objeto y
el objeto sólo es objeto para un sujeto. Ambos sólo son lo que son en cuanto
son para el otro. Pero esta correlación no es reversible. Ser sujeto es algo
completamente distinto que ser objeto. La función del sujeto consiste en
aprehender el objeto, la del objeto en ser aprehensible y aprehendido por el
sujeto.
Vista desde el sujeto, esta
aprehensión se presenta como una salida del sujeto fuera de su propia esfera,
una invasión en la esfera del objeto y una captura de las propiedades de éste.
El objeto no es arrastrado, empero, dentro de la esfera del sujeto, sino que
permanece trascendente a él. No en el objeto, sino en el sujeto, cambia algo
por obra de la función de conocimiento. En el sujeto surge una cosa que
contiene las propiedades del objeto, surge una "imagen" del objeto.
Visto desde el objeto, el
conocimiento se presenta como una transferencia de las propiedades del objeto
al sujeto. Al trascender del sujeto a la esfera del objeto corresponde un
trascender del objeto a la esfera del sujeto. Ambos son sólo distintos aspectos
del mismo acto. Pero en éste tiene el objeto el predominio sobre el sujeto. El
objeto es el determinante, el sujeto el determinado. El conocimiento puede
definirse, por ende, como una determinación del sujeto por el objeto. Pero lo
determinado no es el sujeto pura y simplemente, sino tan sólo la imagen del
objeto en él. Esta imagen es objetiva, en cuanto que lleva en sí los rasgos del
objeto. Siendo distinta del objeto, se halla en cierto modo entre el sujeto y el
objeto. Constituye el instrumento mediante el cual la conciencia cognoscente
aprehende su objeto.
Puesto que el conocimiento es una
determinación del sujeto por el objeto, queda dicho que el sujeto se conduce
receptivamente frente al objeto. Esta receptividad no significa, empero,
pasividad. Por el contrario, puede hablarse de una actividad y espontaneidad
del sujeto en el conocimiento. Ésta no se refiere, sin embargo, al objeto, sino
a la imagen del objeto, en que la conciencia puede muy bien tener parte,
contribuyendo a engendrarla. La receptividad frente al objeto y la
espontaneidad frente a la imagen del objeto en el sujeto son perfectamente
compatibles.
Johannes Hessen, Teoría del
conocimiento
¿Es posible conocer la verdad?
Ser Filósofo, se ha dicho a
veces, consiste en no dar nada por supuesto. Todos los seres humanos, incluidos
los filósofos, habitan el mismo mundo -un mundo que alberga estrellas,
montañas, árboles, palomas-, pero los filósofos, o cuando menos algunos de
ellos, se empeñan en preguntar si tal mundo «realmente existe», y caso de
existir qué, o quién, nos lo garantiza. Los órganos de los sentidos no son
siempre de fiar. Tampoco lo son los vecinos, ni las autoridades más
respetables. Puesto que ni la razón ni la imaginación nos sacan de apuros, se
ha apelado en ocasiones a Dios como garantía de toda existencia. Pero si no hay
que dar nada por supuesto, cabe preguntar por qué se da por supuesto nada menos
que el Alfa y el Omega.
Se alegará que Dios es un caso
excepcional en virtud de que su existencia es necesaria. Pero el alegato es
debatible, y como todo lo que no cabe demostrar sin lugar a dudas, no se puede
dar por supuesto lo que presupone. Los filósofos no suelen arredrarse ante
estas dificultades. Una posible reacción a ellas es la siguiente: supuesto que
no haya que dar nada por supuesto, ¿no damos por supuesto justa y precisamente
que no hay que dar nada por supuesto? Pero, ¿qué ocurre cuando así se discurre?
Por lo pronto, que lo discurre alguien, o algo, pero aun si no hay nadie, ni
nada, que tal haga, sigue habiendo un discurrir, o un pensar. Algo permanece,
pues, en medio del universal naufragio existencial. Mientras tenía lugar la
pregunta acerca de si había realmente estrellas, montañas, árboles o palomas,
se estaba pensando en ellos. Esas dudosas entidades pueden no existir
realmente, pero existen como pensamientos. Por fin parece haberse topado con
algo fiable: el pensar.
Lo malo es que el pensar -caso
que sepamos en qué consiste- lleva de un pensamiento a otro, pero ahí se queda.
Las estrellas y las montañas siguen siendo «algo» acerca de lo cual cabe
preguntar si «realmente existe». De la montaña pensada a la real no hay sólo un
gran trecho: hay un abismo, al parecer infranqueable. Por más que le demos
vueltas a la montaña pensando en ella, no podremos todavía asegurar que existe.
Al no dar nada por supuesto, habremos salvado el pensar -o, en todo caso, una
«actitud intencional»-, pero eso es todo. Imaginamos por un momento que el
pensar podría servir de punto de partida, y descubrimos que si lo es, se
asemeja sospechosamente a uno de llegada. El mundo sigue sin aparecer por
ninguna parte. Para llegar a él hay que retrotraerse al momento en que se había
empezado por no dar nada por supuesto y advertir que se estaba ya in medias res
-que las res, las cosas, «la
realidad» es donde está todo, incluyendo el pensar.
Tantas lucubraciones en vano. No
valía la pena dárselas de filósofo para arribar al mismo punto donde todos,
filósofos o no, estamos. Todos estamos en un mundo que alberga muchas cosas
-estrellas, montañas, árboles, palomas, y nosotros mismos-. No necesitamos ni
siquiera una garantía de que el mundo existe. Más que escapársenos de las
manos, en el curso de excogitaciones filosóficas, el mundo nos acosa, persigue,
y hasta agobia.
José Ferrater Mora, Fundamentos
de filosofía
I. ¿Puede el sujeto aprehender
realmente el objeto? Esta es la cuestión de la posibilidad del conocimiento
humano. (Johannes Hessen)
Este problema admite varias
soluciones:
1. Dogmatismo
Como actitud del hombre ingenuo,
el dogmatismo es la posición primera y más antigua, tanto psicológica como
históricamente. En el periodo originario de la filosofía griega domina de un
modo casi general. Las reflexiones epistemológicas no aparecen, en general,
entre los presocráticos (los filósofos jonios de la naturaleza, los eleáticos,
Heráclito, los pitagóricos). Estos pensadores se hallan animados todavía por
una confianza ingenua en la capacidad de la razón humana. Vueltos por entero
hacia el ser, hacia la naturaleza, no sienten que el conocimiento mismo es un
problema. Este problema se plantea con los sofistas.
El dogmatismo es para Kant la
posición que cultiva la metafísica sin haber examinado antes la capacidad de la
razón humana para tal cultivo. En este sentido, los sistemas prekantianos de la
filosofía moderna son, en efecto, dogmáticos. Pero esto no quiere decir que en
ellos falte aún toda reflexión epistemológica y todavía no se sienta el
problema del conocimiento. Las discusiones epistemológicas en Descartes y
Leibniz prueban que no ocurre así.
Johannes Hessen, Teoría del
conocimiento
Puesto que se da una plena
correlación entre la apertura del ser al sujeto cognoscente y el dinamismo
cognoscitivo, la adquisición de la verdad se realiza con plena certeza, es decir,
sin que se dé la posibilidad de error siempre y cuando la facultad cognoscitiva
actúe correctamente. Con esta tesis el dogmatismo se opone al escepticismo.
Para el dogmático, el estado natural, propio de la razón humana es la verdad;
el error es un «cuerpo extraño» que necesita de explicación; en el dogmatismo
el problema no es lo verdadero, sino lo falso. Y esta certeza de verdad se
adquiere por la razón de modo espontáneo, como derivada de la misma estructura
y naturaleza de la facultad cognoscitiva; el juego libre, natural y espontáneo
de sus facultades cognoscitivas lleva al hombre a la adquisición firme y segura
de la verdad. Con esto, el dogmatismo se opone al criticismo, para el que la
primera misión de la razón es hacer un análisis detenido de su propio poder y
límites.
Psicológicamente, el dogmático,
en virtud de esta firme creencia en la capacidad adquisitiva de la verdad,
tiende a mantener sus tesis con todo rigorismo, estando, en consecuencia, poco
abierto al diálogo, en cuanto éste es una comunicación viva entre el tú y el
yo; este sentido es el que, en el lenguaje común, se suele asignar al término dogmatismo.
El dogmatismo exagerado o ingenuo
debe ser sustituido por un dogmatismo moderado, en el que se presenta como
problema la capacidad de la razón para adquirir la verdad, para captar el ser,
pero en el que la solución, frente a la corriente general del pensamiento
moderno, es positiva, aceptando, con ciertas limitaciones, la aptitud de
nuestras facultades cognoscitivas para la verdad; nos hallamos ante un uso
válido, pero controlado de la razón.
2. Escepticismo
Según el escepticismo, el sujeto
no puede aprehender el objeto. El conocimiento, en el sentido de una
aprehensión real del objeto, es imposible según él. Por eso no debemos
pronunciar ningún juicio, sino abstenernos totalmente de juzgar.
Mientras el dogmatismo desconoce
en cierto modo el sujeto, el escepticismo no ve el objeto. Su vista se fija tan
exclusivamente en el sujeto, en la función del conocimiento, que ignora por
completo la significación del objeto. Su atención se dirige íntegramente a los
factores subjetivos del conocimiento humano. Observa cómo todo conocimiento
está influido por la índole del sujeto y de sus órganos de conocimiento, así
como por circunstancias exteriores (medio, círculo cultural). De este modo
escapa a su vista el objeto, que es, sin embargo, tan necesario para que tenga
lugar el conocimiento, puesto que éste representa una relación entre un sujeto
y un objeto.
El escepticismo se encuentra,
ante todo, en la Antigüedad. Su fundador es Pirrón de Elis (360‐270). Según él,
no se llega a un contacto del sujeto y el objeto. A la conciencia cognoscente
le es imposible aprehender su objeto. No hay conocimiento. De dos juicios
contradictorios el uno es, por ende, tan exactamente verdadero como el otro.
Esto significa una negación de las leyes lógicas del pensamiento, en especial
del principio de contradicción. Como no hay conocimiento ni juicio verdadero,
Pirrón recomienda la abstención de todo juicio, la έποχή.
Johannes Hessen, Teoría del
conocimiento
Filosóficamente significa una
actitud de pensamiento, opuesta al dogmatismo, por la cual, después de haber
examinado todo, se concluye en una epojé o abstención de juicio, bajo la cual
sublate el principio de la incapacidad del hombre para alcanzar la verdad.
El mayor representante del e.
moderno es David Hume (1711-1776; v.); su investigación se centra en la
naturaleza humana, que fundamentalmente es instinto. La razón es la que aclara
los datos de los instintos haciendo ver que lo que creemos ser objetivo y real,
es solamente instintivo y subjetivo. Pero esa misma razón, es solamente una
forma de instinto, pero reflexivo, por lo cual juzga, discrimina, pero de una
manera natural, sin saber el fundamento de sus aserciones. Así, pues, el
conocimiento humano surge de dos principios: de las percepciones y del
instinto.
El conocimiento queda recluido en
la pura subjetividad empírica, sin conexión con lo en-sí, con lo externo, que
permanece desconocido. Se trata, pues, de un escepticismo integral basado en el
subjetivismo y en la experiencia. El influjo de Hume en el empirismo,
positivismo y deísmo posteriores fue grande, además de verse su huella en todos
los escepticismos que laten implícitos en muchas posiciones filosóficas
subjetivistas, materialistas, etc., que niegan o la cognoscibilidad del mundo
exterior o el valor de la razón humana y de la metafísica.
El escepticismo, en cuanto que es
una crítica del dogmatismo, pone de relieve precisamente lo más débil de éste.
En efecto, dentro del orden humano y racional, no podemos admitir sin
demostración y justificación alguna una serie de principios, aceptados
apriorísticamente, como punto de partida de una especulación, como es, p. ej.,
el valor de los sentidos y de la razón, la verdad de los primeros principios,
los argumentos de credibilidad (si se trata de principios aceptados por
autoridad, como es el caso de la fe religiosa). Por otro lado, el espíritu
escéptico puede hacernos reflexionar sobre el valor de verdad y certeza de
nuestros conocimientos: es preciso poner en juego nuestra sensibilidad y
sinceridad intelectual y humana para saber valorar y distinguir lo que es
dudoso, posible, probable, verosímil, cierto y evidente sin pretender marcar
con el sello de la verdad absoluta a lo que meramente es probable, bien
entendido que muchas veces la limitación del conocimiento humano ha de
contentarse con probabilidades, en algunas ocasiones, cuando falten las
certezas.
3. Subjetivismo
El escepticismo enseña que no hay
ninguna verdad. El subjetivismo y el relativismo no van tan lejos. Según éstos,
hay una verdad; pero esta verdad tiene una validez limitada. No hay ninguna
verdad universalmente válida. El subjetivismo, como ya indica su nombre, limita
la validez de la verdad al sujeto que conoce y juzga.
Al igual que el escepticismo, el
subjetivismo y el relativismo se encuentran ya en la Antigüedad. Los
representantes clásicos del subjetivismo son en ella los sofistas. Su tesis
fundamental tiene su expresión en el conocido principio de Protágoras (siglo V
a. de J.C.): Πάντων χρημàτων μέτρον άνϑωπος (el hombre es la medida de todas
las cosas). Este principio del homo
mensura, como se le llama abreviadamente, está formulado en el sentido de
un subjetivismo individual con suma probabilidad.
Johannes Hessen, Teoría del
conocimiento
Subjetivismo significa la
primacía de lo que se refiere al sujeto cognoscente, el primado del yo sobre
las cosas, sobre los objetos del mundo exterior. Tal es también su significado
vulgar en el lenguaje ordinario actual; se dice que es «subjetiva» la actitud
del que no juzga y aprecia las cosas y los acontecimientos como son en sí, sino
que pretende imponer su modo peculiar de juzgarlas y apreciarlas. Así, el subjetivismo
viene a ser una forma de escepticismo y de relativismo, con los mismos o
parecidos defectos fundamentales de éstos, aunque tengan raíces a veces algo
diferentes. Aunque es difícil dar una definición precisa que abarque todas las
formas del subjetivismo, podemos considerarlo como aquella doctrina que afirma
la dependencia funcional de los objetos y de los juicios de valor respecto del
sujeto cognoscente. Analizando esta definición, tenemos:
1) El subjetivismo es una
dependencia funcional; todo subjetivismo es, fundamentalmente, una postura
gnoseológica; en la relación cognoscitiva sujeto-objeto, cabe acentuar el papel
activo de uno u otro; en el primero de los casos, nos encontramos ante el subjetivismo;
en el segundo, frente al objetivismo. Para el subjetivista, la primacía en el
conocimiento correspondería al sujeto, y por ello puede decirse que el
conocimiento depende, de modo primordial, de él; en consecuencia, también el
objeto, por su menor capacidad activa en el conocimiento, queda dependiente del
sujeto. Mas esta dependencia se caracteriza por su funcionalidad; es decir, que
el conocimiento obtenido depende, en su estructura y contenido, de la
estructura y de los contenidos del sujeto. El sujeto sería, dentro de la
función, la variable independiente; el conocimiento del objeto, la variable
dependiente; al variar la estructura de la primera, variará la de la segunda.
La mente humana en el conocimiento especulativo se comporta como un espejo (speculum); pero, frente a la tesis
objetivista, en la que la mente es siempre, universal y necesariamente, como un
espejo plano, que fielmente refleja lo real, para el subjetivismo el espejo
mental sería variable, ya plano, ya cóncavo, ya convexo, de forma que el objeto
reflejado, es decir, conocido, depende funcionalmente de la estructura del
sujeto.
2) De los objetos; esta
dependencia del conocimiento respecto del sujeto puede recaer en la esfera del
ser o del valer; en el primer caso estamos ante un subjetivismo ontológico, en
el que es el ser, ya en su casi plena totalidad -p. ej., en el solipsismo, como
se verá más adelante-, ya en un ámbito más restringido, el que se funcionaliza
con relación al sujeto cognoscente.
4. Relativismo
El relativismo está emparentado
con el subjetivismo. Según él, no hay tampoco ninguna verdad absoluta, ninguna
verdad universalmente válida; toda verdad es relativa, tiene sólo una validez
limitada. Pero mientras el subjetivismo hace depender el conocimiento humano de
factores que residen en el sujeto cognoscente, el relativismo subraya la
dependencia de todo conocimiento humano respecto a factores externos. Como
tales considera, ante todo, la influencia del medio y del espíritu del tiempo,
la pertenencia a un determinado círculo cultural y los factores determinantes
contenidos en él.
El subjetivismo y el relativismo
incurren en una contradicción análoga a la del escepticismo. Este juzga que no
hay ninguna verdad, y se contradice a sí mismo. El subjetivismo y el
relativismo juzgan que no hay ninguna verdad universalmente válida; pero
también en esto hay una contradicción. Una verdad que no sea universalmente
válida representa un sinsentido. La validez universal de la verdad está fundada
en la esencia de la misma. La verdad significa la concordancia del juicio con
la realidad objetiva. Si existe esta concordancia, no tiene sentido limitarla a
un número determinado de individuos. Si existe, existe para todos. El dilema
es: o el juicio es falso, y entonces no es válido para nadie, o es verdadero, y
entonces es válido para todos, es universalmente válido. Quien mantenga el
concepto de la verdad y afirme, sin embargo, que no hay ninguna verdad
universalmente válida, se contradice, pues, a sí mismo.
El subjetivismo y el relativismo
son, en el fondo, escepticismo. Pues también ellos niegan la verdad, si no
directamente, como el escepticismo, indirectamente, atacando su validez
universal.
Johannes Hessen, Teoría del
conocimiento
El relativismo es una errónea
doctrina gnoseológica según la cual no puede darse ninguna verdad absoluta,
universal y necesaria, sino que la verdad hay que concebirla en virtud de un
conjunto de elementos condicionantes que la harían particular y mutable. La
verdad, como propiedad del juicio, habría que considerarla como una mera
función, algo que dependería intrínsecamente en su validez de una variable a la
que estaría condicionada. Del mismo modo que en el campo matemático carece de
sentido cuestionarse por el valor absoluto de una variable dependiente dentro
de una función, ya que dicho valor está condicionado por el que tome la
variable independiente, de forma semejante, para el relativismo, no tiene
sentido preguntarse si el juicio S es P es verdadero con carácter universal y
necesario, puesto que la verdad o falsedad de ese juicio sería una variable
dependiente de ciertos elementos condicionantes, de manera que dados unos
determinados elementos podrá ser verdadero, dados otros distintos podrá ser
falso. La verdad asume así un carácter relativo. Y en esto radica la diferencia
fundamental entre relativismo y escepticismo. Para este último, la verdad
absoluta existe, mas el hombre, por la deficiencia de sus facultades
cognoscitivas, se ve en la imposibilidad de alcanzarla.
El escepticismo se basa en una
hipovaloración de la razón o entendimiento humano. Por el contrario, el relativismo
no valora en menos el intelecto humano; pero piensa que su misma estructura,
así como la de la realidad, da lugar, indefectiblemente, a que el conocimiento no
pueda revestirse de universalidad y necesidad, y a que quede siempre anclado en
el seno de unos datos condicionantes siempre diversos y cambiantes. Si la
verdad es algo condicionado como función de un elemento condicionante, según la
naturaleza que se asigne a este último surgen diversos tipos de relatividad,
diversas variables independientes de las que será función la verdad. Y, por
tanto, diferentes tipos de relativismo.
http://www.canalsocial.net/GER/ficha_GER.asp?id=5903&cat=filosofia
Frases relacionadas con el tema
- Los hombres creen gustosamente
aquello que se acomoda a sus deseos. Julio César (100 AC-44 AC) Emperador
romano.
- Hay mucha gente que no cree en
nada, pero que tiene miedo de todo. Friedrich Hebbel (1813-1863) Poeta y
dramaturgo alemán.
- Las palabras nunca alcanzan
cuando lo que hay que decir desborda el alma. Julio Cortázar (1914-1984)
Escritor argentino.
- Muchas veces las palabras que
tendríamos que haber dicho no se presentan ante nuestro espíritu hasta que ya
es demasiado tarde. André Gide (1859-1951) Escritor francés.
- Pueden prohibirme seguir mi
camino, pueden intentar forzar mi voluntad. Pero no pueden impedirme que, en el
fondo de mi alma, elija a una o a otra. Henrik Johan Ibsen (1828-1906)
Dramaturgo noruego.
- En un bosque se bifurcaron dos
caminos, y yo... Yo tomé el menos transitado. Esto marcó toda la diferencia. Robert
Lee Frost (1874-1963) Poeta estadounidense.
Actividades
1. Comente la anécdota.
2. Identifique la postura
gnoseológica de los autores de las frases propuestas.